-Ven...
Me acerco como me pide y me siento en la cama. Estoy desnudo y ella también. Acabamos de acostarnos y la luna inunda con su tenue luz nuestro dormitorio. Forma sombras en la pared pero no me fijo en ellas pues solo deseo ver el rostro de Paula. Sonríe, me mira, coge una copa de la mesilla y vierte en ella un poco de vino de la botella, ya casi vacía. Bebe y acerca sus labios a los míos. Abro la boca y el vino cae en ella, delicadamente. Sus manos acarician mi pelo, bajan por mi espalda, me atraen hacia ella. Hace calor...
-Ven...
Repite cuando sus labios se separan de mi boca. Obedezco porque ha pasado una semana desde que regresó, pero en mi mente está el recuerdo de esa otra en que estuvo tres calles lejos de mí pero tan distante... No quiero que se vaya, la quiero donde está, en esta cama y dibujando con su silueta una hermosa sombra en la pared. Las demás no me importan, solo la suya. Paula.
-Agotas, nena.
-Mmmmm... ¿debo tomármelo como un cumplido?
-Tu boca, tu cuerpo, toda tú, tómatelo así porque lo es. Mágicamente agotas...
*****
El orgullo quiebra los momentos que pudieron ser y hace que caminos que estaban destinados a cruzarse, corren paralelos sin encontrarse jamás.
Llevábamos años sin mirarnos, con el silencio del reproche, del miedo, de ese orgullo herido, de no saber si podría haber perdón, de creer que el amor no era suficiente para curar las heridas y cicatrizarlas. Y de pronto, una mirada y una sonrisa llevaron a una conversación, a una caricia disimulada en la mano y a una risa y a recordar los instantes maravillosos que quedaron empañados por el dolor.
De esa conversación en el bar el Recuerdo han pasado tres semanas. Javier y yo vivimos juntos desde el jueves. Mi piso es más grande que el suyo y, además, estaba hecho un desastre. Hombres, que poco sentido de la estética tenéis, dije cuando le ayudé a hacer la mudanza. Sonrió y me dio la razón. Aquel destartalado apartamento no había visto una reforma desde que el bloque se construyó en los años ochenta.
No nos lo pensamos mucho pues había poco que pensar. Mi casa estaba reformada, tenía tres habitaciones, dos baños y un salón enorme con una amplia terraza. Aquella tarde cuando decidimos dejar atrás el orgullo y hablar, acabamos en mi casa haciendo el amor. Lo demás no es necesario explicarlo. Estamos aquí, entre un montón de cajas por desembalar que parecen un tetris. El olor a futuro que nos hace sonreír cada vez que miramos el lío que aún tenemos montado. Cajas que se amontonan y vida que abre camino, esperando ser saboreada por los dos.
Javi ha traído de su casa una butaca de cuero vengué que hemos puesto en el salón. Es su sillón de pensar pero, en estos tres días que lleva aquí, ha pensado poco porque no le he dejado... hemos hecho el amor sin descanso, incluso en su sillón de pensar.
-Ana, ¿dónde tienes una sartén más grande?
-Bajo el horno, en el cajón.
-Tengo que acostumbrarme a todo esto. Aún me cuesta encontrar cada cacharro.
-Ya te has acostumbrado a mí-sonrío.
-A ti es fácil acostumbrase... ¿a qué hora vienen?
-A las nueve, ¿por...?
-Porque nos da tiempo a hacer el amor.
-Javi... ¿Y la cena?
-¿Chino? ¿Pizza? ¿Kebab? -saca la lengua burlándose de mi gesto serio, me coge por la cintura y me atrae hacia él.
-¡Javi!
-¡Anaaaa! -me besa, trato de zafarme pero en realidad no quiero y lo sabe. Me besa de nuevo, hundiendo su lengua en mi boca, me rindo... Nos vamos a la cama. Cenaremos chino...
*****
Canturreo en la ducha. Paula trastea en el cuarto de baño.
-¿Tardas mucho, Pablo? Son las siete y media.
- ¿No hemos quedado a las nueve? Estamos a cinco minutos en coche, nena...
-Me gusta ser puntual y todavía tengo que ducharme yo.
-Cinco minutos. De todos modos, ¿a quién se le ocurre festejar que vuelve a estar con su novio de toda la vida después de años separados, con una cena recién mudados? Podrían habernos invitado a cenar fuera. Tienen la casa llena de cajas y trastos, no vamos a encontrar ni las sillas.
-Eres un exagerado. Tiene unas cuantas cajas en el suelo del salón, pero casi todo está colocado. Javier tenía poco que llevarse. La casa era de sus padres. Creo que se ha traído un sillón orejero, un par de muebles y unas cuantas cajas.
-Menos mal que ha sido Javier el que se ha mudado a casa de Ana porque si hubiera sido al revés...
-Vas a ganarte una azotaina, Pablo... ese es un comentario machista.
-Es una broma, Pau..., una broma.
De pronto, Paula abre la mampara de la ducha. Está desnuda y sonríe.
-¿No tenías prisa?
-Para esto no, lo que tengo son ganas
Se mete en la ducha y me besa. El agua corre tibia por nuestros cuerpos. Cojo su esponja, froto suavemente su piel y huelo su pelo. Vainilla. La deseo. Nos amamos. Llegaremos tarde, ambos lo sabemos pero nos da igual. Ana y Javier tendrán que esperar...
*****
Miro la pared y las sombras que aún se dibujan en ella. Pronto se irán con el amanecer. Paula duerme a mi lado. Su pecho sube y baja y su nariz emite un suave ruidito. No osaría comentarle que ronca porque sé que lo negaría enfurruñada. Contemplo su incipiente vientre y lo que alberga. Lo acaricio suavemente y Pau se mueve y se gira, dándome la espalda. Las curvas de su cuerpo me enloquecen y saber que dentro de ella hay parte de mí, me hace sentir bien.
Suena una sirena y me saca de mis pensamientos, recordando el día de ayer. Ana y Javi se casaron. Fue una boda íntima y emotiva. Se les ve felices. Ha pasado un año desde que Paula se marchó y regresó a mí y Javi lo hizo a la vida de Ana. Un año de plenitud donde no ha habido un solo día de reproche por lo que sucedió. A veces, en noches como esta en que me despierto y tardo en conciliar el sueño, me deleito contemplando su cuerpo. Comienza a amanecer y las sombras desaparecen. Sólo queda en mi retina el cuerpo desnudo de Paula. Ella no es una sombra, es una realidad. Se despereza, vuelve a girarse, abre los ojos, me mira y sonríe. Acaricia mi cara y me atrae hacia ella, nos besamos, nos amamos y la habitación se llena de luz. Definitivamente, me siento bien...