El camarero me sirve una caña acompañada de un platillo con una generosa ración de paella que está para chuparse los dedos. Suelo venir los jueves a este bar pues la ponen de aperitivo hasta por la tarde. En "El encuentro", regentado por un leonés que cocina de muerte, sirven la mejor paella que he comido en mi vida. Hoy no hay mucha clientela para la que suele haber y he cogido una mesa sin dificultad. Deduzco que es porque hace un calor impresionante en la calle y la gente aún no se anima a salir, esperando que el sol caiga y dé un respiro. Pero a mí lo que se me cae encima es la casa. Con esta cerveza fresquita y la novela que estoy leyendo ahora, pasaré un rato agradable antes de concienciarme de que la lavadora no se pone sola.
Mientras retomo la página por la que terminé mi lectura, pienso en Paula y en su cita con Pablo. Estoy convencida de que hoy mi amiga dejará de ser mi huésped. Ha sido una semana acompañada de lágrimas, sonrisas y finalmente, risas. Paula es una gran persona y estoy segura de que su sensatez hará que tome la mejor decisión para seguir caminando. Se merece ser feliz... en realidad, todos nos lo merecemos pero hacemos poco por conseguir serlo.
Por ejemplo y sin ir más lejos, yo misma. Sigo colgada de los recuerdos, camino, respiro, pasan los días, inicio relaciones que no llevan a ninguna parte y, aunque me digo que hay que vivir el presente, no hay día en que no recuerde a Javi. A veces nos cruzamos y apartamos la vista. Alguna vez he pensado en no hacerlo, en mirarle a la cara y sonreír. Una sonrisa es siempre el camino más recto para alcanzar la felicidad. ¿Dónde está la mía? Atrapada por el puñetero orgullo. Supongo que la suya también lo está. En alguna ocasión he tenido la percepción de que nuestros encuentros no han sido casuales y aún así, no he sonreído... Oportunidades perdidas.
Abro mi libro y como paella. Mmmmm..., ¡exquisita! La novela que tengo ahora entre manos me la recomendó la propia Paula. No tengo palabras para describirla. No la estoy leyendo, ¡me la estoy bebiendo! Me gustaría conocer a su autora. Un título que invita a leer y descubrir, "El silbido de la serpiente" y una narrativa imaginativa, rompedora, inquietante y cruda. Entrañas ha tenido que echar esta mujer para escribir una novela así.
"Conseguí relajarme durante varios días, alimentándome de aquel joven y del recuerdo de aquella noche, pero el regusto de su alma robada me duró menos de lo que hubiera deseado. Escuché el noticiario después de la cena, al lado de Candy y en nuestro mullido sofá. Como por goteo, de vez en cuando ella me regalaba una sonrisa, una mirada curiosa, un beso en el cuello. "Alfredo Ávila Navarro, veintisiete años, mecánico de profesión, regresaba de su trabajo atravesando aquel parque cercano a su domicilio cuando lo asesinaron". Había sido hallado al día siguiente, por una pareja que paseaba a su perro. La mujer relataba los hechos. Percibí fingida angustia, lágrimas de cocodrilo a punto de desbordarse de sus embusteros ojos, hundidos en un cráneo insultantemente imperfecto, saboreando morbosamente su minuto de gloria televisiva. El morbo que genera la desgracia ajena en algunas personas ya no me sorprende. Aunque reconozco que el hecho de que aquella mujer se mostrara ante mí tan transparente, que desplegara aquella repugnante vileza encubierta con una falsa condena de los hechos, con un dolor sobreactuado, hizo que me reafirmara en mi postura. La mayoría de los seres humanos no deberían estar aquí, no tendría que permitírseles consumir el oxígeno de los demás, su mera existencia constituye una herejía contra la naturaleza, una equivocación de esta, en realidad. Observé a la mujer, sus gestos, su desagradable semblante, sus ojos cenagosos. Durante una fracción de segundo deseé estrangularla, durante esa fracción de segundo soñé con tener su cuello entre mis manos. ¡Qué breve pero orgásmico pensamiento!"¡Ufff...! Dejo de leer y subo la vista dirigiendo mi mirada a la barra del bar. No sé por qué lo he hecho, quizás... Le veo apoyado en la barra y charlando con el camarero. Javier. Él no me ha visto. Le sirven una caña. Está solo. Absorta en la lectura, no me he percatado de que ya no hay una sola vacía en el bar. " Que no mire, por favor, que no mire hacia aquí..." Lo hace. Me ha pillado mirándole. Camiseta blanca, vaqueros desgastados, barba de varios días, aire soñador, eso no ha cambiado. ¿Cansado? Si, parece cansado... No aparta su mirada de mí. Yo tampoco. " ¿Es hoy? ¿Es hoy el día?" Por un momento, toda la gente del bar desaparece, este momento se esfuma, Javier se difumina y pienso de nuevo en Paula. La imagino hablando con Pablo, aclarando las cosas, serenos ambos. Tomando una caña, quizás. Vuelvo a la realidad. Javier sigue mirando. Han pasado..., ¿cinco segundos? De pronto, sucede. El deseo de ser feliz, los recuerdos vividos, las sonrisas, los gemidos y caricias, los momentos de pasión regresan, se liberan del orgullo al que estaban encadenados. " Adiós."
Sonrío. Me observa con detenimiento, parece confundido. Hace una mueca. " ¿Duda un instante?" Coge su caña, viene hacia aquí... Me muero, tiemblo. Cierro el libro. Vuelvo a sonreír y me toco el cabello. Adiós también a mi serenidad... " Piensa, Ana, piensa..., ¿qué es lo primero que vas a decir?"
-Hola, Ana. ¿Esperas a alguien o puedo sentarme contigo?
-Hola, Javier, por favor, siéntate...
(continuará)