Recuerdo que hace tan solo unos años me costaba mucho relacionarme con los demás pues era una mujer muy tímida. Aún hoy me cuesta hablar en público, pero poco a poco, comienzo a superar mis miedos, mediante la práctica, que es como todos los miedos se vencen. A día de hoy, ya no me considero una mujer tímida y muestro mi alegría por donde quiera que voy. Es una alegría que saqué y saco a diario a base de perseverancia, pues, en realidad, tengo mucho dolor dentro de mí aún. Sin embargo, todos cuantos me conocen en persona, afirman que no paro de reírme. Lo hago porque creo que la risa cura muchas heridas y por eso la practico a diario, pese a que el día hay podido ser muy, muy negro para mí.
Me gusta charlar con ese amigo que lo está pasando francamente mal y acabar sacándole una sonrisa al menos, aunque siempre intento que sea una carcajada. A todos aquellos amigos que me cuentan que lo están pasando mal, no les doy un consejo pues los consejos nadie los sigue, ni el que los recibe, ni el que los da, de estar en la misma tesitura que el aconsejado. Lo que suelo hacer es una reflexión en voz alta para que la escuche, ya que las reflexiones suelen nacer de las propias experiencias y, por lo general, los consejos no y es por esto que pueden ayudar más que cualquier consejo que puedas dar.
No penséis que os quiero vender que soy una gran persona, pues no me considero grande, sino todo lo contrario, soy muy pequeña. Sin embargo sí me veo valiente y desde esa valentía hablo y desde esa valentía, sonrío y me carcajeo de mi propia sombra, cuando es necesario. De ahí que hable con conocimiento sobre esta maravillosa mueca, llamada sonrisa.
A menudo ponemos peros a todo lo que nos parece una dificultad en la vida o nos va a llevar tiempo resolver, y nos olvidamos de sonreír. En muchas ocasiones vemos solo el problema, nos centramos en lo que no tenemos, en lo que nos quita el sueño o en quien no nos hace sonreír, y no somos capaces de ver todo lo bueno que nos rodea, que es mucho, sin duda.
Hace unos días, en una entrevista para un programa de radio, me preguntaron si el optimista sabe gestionar los conflictos de un modo más eficiente que el que no lo es y contesté que la sonrisa ayuda a ver cualquier dificultad, problema o encrucijada desde otro prisma. La sonrisa, sin duda, ayuda a tener una visión diferente de todo problema y a ver como arena lo que quien no sonríe puede ver como piedra. Un optimista verá un monte donde otro ve el Everest, en definitiva.
Ayer comenté a un amigo que reflexionara mucho antes de tomar una decisión y creo que me equivoqué en mi comentario ya que solo debí decirle que pensara sin más y añadir que sonriera al futuro, pasara lo que pasase y tomara la decisión que tomase. "Sonríe y piensa que de todo se sale, menos del vestido de pino cuando nos lo ponen", eso debí decirle para sacarle una sonrisa. He vivido miles de días sin sonrisa y aún ahora vivo días grises, pero siempre sonrío. Comencé a hacerlo cuando me paré a reflexionar sobre mi propia existencia y sobre lo que quería hacer con mi vida. Recuerdo que cuando comenté a mi madre que iba a divorciarme del hombre con el que había estado casada casi veinte años, me dijo que me lo pensara mucho porque era un buen hombre, que si creía que después otro me iba a hacer sonreír de nuevo y que, aunque lo hiciese, pronto llegaría la rutina y la monotonía con esa nueva persona. Recuerdo que respondí que no sabía lo que quería, pero que sí sabía perfectamente lo que no quería. Eso arrancó mi primera sonrisa en mucho tiempo. SABÍA LO QUE NO QUERÍA.
Debí decirle a mi amigo ayer que piense en LO QUE NO QUIERE y que lo que quiera, podrá llegar o no con el tiempo, pero la sonrisa, seguro que llegará a su rostro. Eso debí decirle y, si lee estas líneas algún día, y a todos cuantos leéis a esta loca escritora, os pido que SONRIÁIS, pues la sonrisa es esa brisa que os acaricia la cara cuando decidís abrir una ventana a vuestro corazón. Dejad que entre y que os revuelva el pelo. Os lo dice una mujer que un día decidió despeinarse y ahora sonríe.