Hace ya un mes que hice El Viaje. Ese Viaje con el que sueña todo voluntario cuando viene. Ese Viaje que te hace bajar desde el altiplano, en dirección al sol, a las acacias y a las vacas escuálidas. Ahora sí. Estás en África.
Al contrario que mucha gente que viene nueva, yo tuve la suerte de hacer ese viaje rodeada y arropada por mi ahora ex compañero de piso y una de mis cuatro o cinco BFFs. Se tomaron un día para asegurarse de que la Nena y yo llegábamos al Sur en perfectas condiciones, con nuestras ropas, nuestros juguetes y nuestras escasas pertenencias intactas.
Pensé aquel día que a lo mejor ése era el Viaje que habría debido hacer hace nueve años, cuando llegué a Addis por primera vez. En aquella ocasión, llegué a un aeropuerto a oscuras, donde me recibió una persona que ya ha fallecido. Lo que más me llamó la atención, en aquel momento, fueron los olores. Addis Abeba –me pareció- apestaba. Pasamos por el matadero, y el olor a carne podrida era nauseabundo. Algunos minutos después, el olor del Koshe que yo todavía no conocía, nos recibió en Mekanissa.
En mi Viaje de ahora no hay basurero, pero vuelvo a encontrar la pobreza. Es una pobreza distinta, creo, algo más digna, más sostenible. También más duradera (las cosas han sido siempre así) y, si cabe, más resignada.
Si alguien me busca, que me busque en Zway.