Por Sergio Sinay
"Qué trabajo estamos destinados a hacer en la vida? ¿En qué tarea
nuestra alma se alimentará y expresará, en cuál aportaremos al todo del
que somos parte? ¿Cuál labor nos dará paz e integridad, más allá de los
esfuerzos que requiera? ¿En qué ocupación nos alumbrará el sentido?
Estos interrogantes no se refieren a factores como el éxito social, la
fecundidad económica o el prestigio que nos concede la mirada ajena. Si
evadimos aquellas preguntas, estos factores pueden convertirse en
pesadas cargas y enfrentarnos a dudas crueles: ¿Qué hago aquí? ¿Para qué
sigo en esto si no me realizo? ¿Cómo me juzgarán si renuncio al éxito,
al prestigio, al bienestar material?
"Hay muchas personas que hoy sufren porque su trabajo
carece de alma", afirma el ex sacerdote, músico y psicoterapeuta Thomas
Moore en Un trabajo con alma. Sufrimos, creo, cuando nos convertimos en
aquello que hacemos, cuando amoldamos nuestras capacidades, recursos,
inclinaciones, aspiraciones y potencialidades a la forma rígida de una
profesión o un oficio. Solemos hacer eso para satisfacer expectativas
ajenas, recibir reconocimiento, encontrar seguridad material, ocultar
vulnerabilidades no admitidas, etcétera. Así, somos lo que hacemos, y
nuestra identidad, el ego del que habla nuestra amiga Adriana, es
nuestro trabajo. Ego es la identidad "oficial" de cada quien, aquella
que, compuesta con retazos de nuestro ser total y nuclear (y a costa de
otros aspectos que quedan relegados, olvidados o negados), nos permite
encontrar "un lugar en el mundo". Lugar que nos será reconocido a
condición de que nos ajustemos a un rol. Puede haber suculentas
recompensas, pero el alma no estará cómoda allí y lo hará saber mediante
insatisfacción, ansiedad, angustia, irritabilidad o síntomas físicos.
Distinto es cuando hacemos lo que somos. Cuando buscamos
la tarea, profesión o quehacer que amplifica, expresa y da forma y
sentido a toda aquella materia prima espiritual, emocional, creativa y
fecunda que nos hace únicos y representa nuestra verdadera e
intransferible identidad. Entonces encontramos más que "un" lugar en el
mundo, encontramos nuestra razón de ser en el universo. Esto ocurre,
dice Moore, cuando seguimos nuestro daimon. Este es, según los antiguos
griegos, padres de nuestra cultura, un poderoso impulso que empuja a las
personas en una dirección, aún a riesgo de confusión o temor. Quien
toma a su daimon en serio -afirma Moore- debe atender a esas preguntas y
voces interiores que le advierten sobre la inconveniencia de una tarea,
la necesidad de un cambio, la insatisfacción en un cargo. Voces que
llevan a correr un riesgo. Y nos preguntan qué nos hace sentir vivos,
qué nos motiva, qué necesitamos para encontrar sentido en lo que
hacemos. Preguntas como: "¿Lo que hago es de verdad lo que quiero hacer?
¿El que lo hace soy yo o es el que otros esperan que yo sea?"
Si soy lo que hago, cualquier riesgo que amenace a mi
trabajo o profesión pondrá en duda mi identidad. El día que (por
despido, enfermedad, descalabro económico o cualquier imponderable) no
pueda hacer eso que me identifica, no existiré. Pero si, en cambio, hago
lo que soy, mi ser puede reflejarse de un modo único en más de una
tarea, oficio o profesión. Estos serán sólo medios y no fines. Tendré un
trabajo para la vida y no una vida atada a un trabajo. Haga lo que
hiciere será una labor inspirada, un trabajo con alma que, así sea por
una sola acción realizada, dará sentido a mi vida.
Trabajo con alma es
el que nos permite expresar nuestros valores en un contexto ético, el
que nutre al contexto en que vivimos, empezando por el entorno más
cercano y tangible, y es el que expresa aquello que nos hace únicos,
aunque muchos hagan la misma tarea. La labor que estamos destinados a
hacer en este mundo puede tardar una vida en revelarse, dice Moore, y
mientras buscamos, quizá desempeñemos más de un oficio o profesión. Lo
importante es saber en cada momento si soy lo que hago o hago lo que
soy."