Llegas al Hospital Hermanos Ameijeiras y al buscar un elevador para subir al octavo piso, encuentro una cola tan larga como las de la carnicería cuando llega algún producto adicional. Médicos esperando su turno para subir a la planta donde trabajan o donde recogerán algún resultado. Surrealismo. Un solo elevador para las personas con sillas de ruedas y tres ancianos esperando para montarse.
Hermanos Amejeiras fue diseñado para funcionar como banco antes del triunfo de la Revolución, de hecho, la bóveda del Banco Nacional de Cuba está en el sótano; el trafico actual de personas en este sitio debe ser tres veces mayor que el planificado en un inicio. No importa, los ocho elevadores disponibles al público por cada torre deberían bastar; pero es inexplicable esa historia china de “los elevadores están rotos”, ¿qué pasa si deben realizar un traslado de urgencias?
El doctor me miró y me dijo, “no quieres estar aquí cuando hay una urgencia”. Ahora estábamos en la octava planta y debíamos subir a la decimotercera con la persona en silla de ruedas. Más de treinta minutos esperando. Una auxiliar de limpieza se pegaba al ascensor y gritaba “dos casos en el octavoooooooo”. Cuando el elevador se abrió, solo había espacio para uno.
Ese mismo doctor nos comentaba que en el día había subido dos veces por las escaleras. Otros prefieren esperar. Cuarenta minutos, una hora, todo por un elevador misericordioso que abra las puertas en su piso.
Y uno puede sonar como ingrato, pues los servicios son de primera, los médicos son excelentes, las enfermeras están pendientes de cada enfermo, pero lo de los elevadores es inconcebible; cuando a las diez de la noche uno se va del hospital, la única forma de montarse en un elevador es gritando el número del piso, como si uno estuviese en una velada de bingo. Lo más gracioso es cuando escuchas otros números a lo lejos. “quinceeeee, venticuatroooo”.
La espera es inexplicable, literalmente; ¿cómo describes el calor de un edificio con las ventanas cerradas y sin aire acondicionado? ¿de qué maneras hablas de la desesperación de un familiar ante un hecho inexplicable? Después de dos horas en este espectacular edificio, a Dalí no le quedaba más remedio que sacar su reloj y colgarlo en la primera rama para secarlo del sudor.