El tema es más o menos así: cuando estamos profundamente dormidos y tenemos nuestra máxima actividad cerebral, se da un intercambio increíble donde la pregunta encuentra a la respuesta. Este intercambio es el que permite arreglar el futuro que se ha creado durante el día. (@astrolo.gi)
Lo vi en uno de esos lugares que lucen mejor de noche que de día, ya que las penumbras permiten esconder cualquier falla y desfasaje en la construcción. Sin conocerlo me llamó la atención, y apremiada por la espera que se estaba estirando, es que me dediqué a observar la escena en donde él hacía su vida muy lejos de la mía.
No creo en los deslumbramientos de la carne, porque según mi conocimiento primario llevan a la consiguiente decepción de las almas. Me distraje con la longitud de su cuerpo, la caída de la camisa por el arco de su espalda, la mirada constipada tratando de cazar las luces tenues del rincón. Junto a él, una hermosa mujer, con el pelo arreglado y el maquillaje acorde, las uñas perfectas y un vestido que afinaba seductoramente una figura impecable. De pronto me vi extasiada por la imagen de la perfección corpórea de ambos, algo tan ajeno a mi como mudarme al Peloponeso.
Me imaginé en el lugar de la mujer, siendo conquistada por 180 centímetros de altura, teniendo una charla interesante con una vela en el medio, y corriéndola del centro para estampar un beso ruidoso y que se escuche por sobre la música. La ensoñación me cautivó, aunque mi imagen desaliñada, despeinada, descontrolada e intensa fuese como una pincelada de Dalí en un cuadro expresionista.
Esa noche llegó el sueño a arreglar ese futuro imperfecto y su posterior realidad. En el sueño, el señor venía a decirme que no había nada malo conmigo, tan sólo no me había visto, no nos habíamos chocado, no me había escuchado.
Que estaba todo bien con mi pelo enmarañado.
Patricia Lohin
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Foto: Eduardo Pedro Oliveira
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