Hoy ordené la casa. Empecé por el patio que parecía un campo de batalla. No sé si bien por qué, pero algo tenía que hacer. Acaso fue el sueño. O quizás porque era sábado, día en que somos más nosotros y menos lo que nos impone la vida cotidiana.
Creo que bastó salir afuera, sentir la necesidad de empezar por algún lado. Me abrigué y perdí parte de la mañana en apilar desechos, como apilamos objetos, gestos, proyectos. Nada más cruel que un tendal vacío.
Adentro fue más difícil. Cada hueco y silencio traía tus rastros. Por eso Satriani de fondo. El sueño proyectaba que estábamos en un bar. Extraño ya que pocas veces salimos juntos, más allá de aquella vez donde unos poetas aseguraban coquetear con la muerte con poemas pésimos.
Contabas sobre varios conocidos y pocos amigos, la hipocresía de las convenciones, la aridez de las compañías. Ambos callamos en algún momento, tu mirada perdida en el vino, la mía en tu muñeca, en una pulsera tejida. El choque de las copas y ese malbec que pasó a estar entre mis preferidos.
En algún momento tu imagen comenzó a desdibujarse, como ciertos encuentros y amigos, huellas nada que vamos dejando. Hoy regresaste y por eso me animo a escribirte. Desde un sueño recurrente y sin créditos finales.