En mi interior la paz. En la calle anunciaba tormenta.
Por fin me decido a hacer algo. Escuchar música. Es lo que menos esfuerzo me requiere y no tengo ganas de grandes trabajos. Algo de clásica. Música que acentúe más, si cabe, mi estado de relax absoluto. En los altavoces empiezan a sonar las suites de cello de Johann S. Bach. Y en la calle comienza la tormenta. Una mezcla extraña. La delicadeza del cello y la rotundidad de los truenos. Extraña pero sugerente.
De pronto siento una necesidad inmensa de darle vida a mi cuerpo. Necesito salir a la calle. Que la lluvia me empape mientras suena la música. Un contacto pleno con la Naturaleza. Agua y música. Lo necesito.
Bajo a la calle. En el mp3 suena una y otra vez el preludio de la primera suite. Un auténtico preludio a lo que se avecina. Las primeras notas parecen negros nubarrones que quieren escapar de la alambrada que los encierra. Las siguientes acompañan a las primeras gotas que caen en mi rostro. Un ligero impasse musical parece decirme que la tormenta va a acabar. Pero no. El arco cada vez hace sonar las notas con más fuerza y eso hace que la lluvia caiga con más fiereza.
Vuelve a comenzar la suite para seguir acompañando a la tormenta. O tal vez sea ésta la que acompañe a las notas que llueven sobre el diapasón del cello. Una lluvia que un dios creo para que un húngaro genial las interpretara magistralmente.
Paseo por las calles con el cuerpo empapado de música. Desde el ventanal de una cafetería de barrio un gallo me dice que sí. Que entre. Que un café bien cargado no me vendrá mal.
En el interior tormenta de cuarenta en bastos y carajillos. Y la suite sigue sonando. El preludio ha dejado de serlo, y aún siéndolo, se convierte en la única música de una pieza interminable.
El café se mezcla con las semicorcheas y adquiere el delicioso sabor de lo prohibido.
-¡Arrastro!- A mis espaldas.
Como la lluvia. Que arrastra las inmundicias de la calle y de mi interior.
El gallo, desde su posición privilegiada, observa la tormenta. Y me observa a mí. Creo que me entiende al igual que yo no lo entiendo a él.
Y la tormenta vuelve a retomar una fuerza inusitada. La misma que las notas que la acompañan. Y el preludio se repite una otra vez. ¿Y van? Creo que la tormenta no acabará hasta que la música perezca. O viceversa. Han llegado a fundirse. Una forma parte de la otra. O las dos forman parte de un algo indivisible. Música y agua. Naturaleza.
De pronto la música para. La tormenta también. Mi mp3 se ha quedado sin batería. La Naturaleza sin fuerza para crear más lluvia, más rayos, más truenos en sol mayor.
Cierro mi libreta. Salgo a la calle. El gallo se despide sin hablar ni moverse. El aire está húmedo y limpio. Mi alma serena y relajada.
Vuelve la laxitud.
Johann S. Bach - Suite para cello en Sol mayor, BWV 1007: Preludio
János Starker, cello
© RCA 1992
El bar El Gallo no es el Café Gijón ni le Café de Flore. Pero en días de tormenta y música, da agradables sorpresas.
Foto: Angel Adanero.