Esa misma tarde salimos los dos solos a tomar un helado. La primera salida de muchas. No tuviste otra cosa mejor que hacer que mancharme la nariz con helado de chocolate. Te imité. Cuando me quise dar cuenta eran las diez de la noche y nosotros estábamos en la playa paseando bajo las estrellas. Esa escena se repitió cada viernes del mes de Julio. Mis viernes se resumían en pasarlo contigo.De pronto, te convertiste en el centro de mi vida. Recuerdo esos días abrazados bajo el olivo de la piscina. Justo en ese lugar me dijiste por primera vez que me querías. Esperaba no tener que despertar nunca de ese magnífico sueño. Pero Julio empezaba a acabarse, y nos marcharíamos a casa, y quién sabe si volveríamos a vernos. El día que nos conocimos intercambiamos nuestros números de móvil y de casa, sabíamos dónde vivía cada uno... pero aún así, temía no volver a verte, temía incluso no volver a hablar contigo. Sé de muchos amores de verano que solo duran las vacaciones, pero esperaba que nuestro caso fuese una excepción.
Notaste mi miedo, y poco a poco me alejé de ti. No quería sufrir por una cosa así. No podría despedirme de ti sin soltar una sola lágrima el último día de vacaciones con muy fuerte que quisiera ser. Escribiste nuestros nombres en la orilla del mar, sabías que podía verlo desde mi ventana. Pero las olas borraron nuestros nombres y en su lugar solo quedaron conchas. No esperaba volverte a ver, pero a la vez quería hacerlo. No volvimos a hablar. Un día del mes de Diciembre volví a la playa. Miré a tu ventana para ver si estabas, no quise ni pude olvidarme de ti. Estaba cerrada a cal y canto. Me dirigí con mi familia al ascensor, se abrieron las puertas y entramos, al llegar a nuestro piso vi a un chico sentado en la puerta con algo entre las manos. Eras tu. Tenías el colgante que te regalé en verano. Yo llevaba el tuyo colgado en mi cuello desde que me lo regalaste. Todo aquello quería decir algo... Levantaste la vista al frente y me viste, te levantaste y saliste corriendo a abrazarme. Nunca olvidaré ese día.Revista Diario
Nunca olvidaré aquél verano. El verano en el que nos conocimos. Lo nuestro fue tan especial... Todo comenzó la mañana del uno de Julio nada más llegar a la playa. Nunca te había visto por allí, o al menos, me habías pasado desapercibido. Yo sacaba las cosas del coche con mis padres y las llevaba al portal cuando choqué contigo. La caja que cargaba cayó al suelo, tu inmediatamente te agachaste a recogerla. Perdón, dijiste al devolvérmela, iba distraído y no te he visto. No pasa nada, yo tampoco es que haya mirado, contesté. Me quedé embobada con su mirada azul. Eran los ojos más bonitos que haya visto nunca. He de decir que lo nuestro no empezó con buen pie. Al terminar de llevar las cosas al piso, eran casi las dos del mediodía, así que me puse el bikini y bajé a la piscina con mi hermano mientras nuestra madre preparaba la comida. Y allí estabas. Con tus gafas de aviador, tu bañador rojo y tu perfecta mirada. Solté la bolsa con mis pertenencias cerca del agua, en el poco césped que quedaba con sol a ese lado de la piscina. Me dispuse a tirarme de cabeza cuando mi hermano me gritó que antes me duchara. Obediente, pulsé el botón y cayó sobre mí agua helada. Emití un pequeño gemido al sentir su contacto. Me tiré a la piscina, y al asomar la cabeza a la superficie, te vi. Creí que eras mi hermano y te salpiqué. ¿Qué haces? gritaste. Al ver que no eras el idiota de mi hermano me ruboricé. Qué vergüenza, pensé. Me disculpé, y te echaste a reír. No le veía la gracia a todo aquello, la verdad. En ese mismo instante soltó mi hermano: se te ve un pecho. Y también comenzó a troncharse. Me sumergí roja de vergüenza, me puse bien la parte superior del bikini y comencé a nadar como una loca para desahogarme.Tras un buen rato, salí del agua y me encaminé hacia mi toalla. Cuál fue mi sorpresa al verte allí, jugando con mi hermano a las cartas. Me quedé a cuadros. Mi hermano nos presentó y a los pocos minutos nos fuimos a comer.