Sunset Boulevard. Otro descenso al infierno

Publicado el 12 julio 2011 por Joseoscarlopez

"Los problemas de la locura rondan la materialidad del alma", escribió Foucault en Historia de la locura en la época clásica (trad. de Juan José Utrilla, Fondo de Cultura Económica, México DF, 2010, tomo I, p. 35). Se dice que los salvajes creían que las cámaras fotográficas robaban el alma y al cine, poco después de ser inventado como espectáculo, se le llegó a denominar la pantalla del diablo. Pero la gran fábrica de imágenes del siglo XX, el motor del imaginario del siglo XX, también podía crear delirios que confundiesen a sus mismos soportes materiales, los actores que encarnaban a los protagonistas de ese imaginario: se dice que, en los últimos años de su vida, Bela Lugosi se creía Drácula. La ficción contamina la realidad, no solo la del espectador, paciente de la ficción, sino también la del actor o agente de esa ficción.

Así el personaje que interpreta Gloria Swanson en Sunset Boulevard de Billy Wilder -película titulada en español El crepúsculo de los dioses- enloquece de idealidad y de ficción, creyéndose ya no un personaje -aunque devenga finalmente la Salomé con la que, en efecto, quiere volver a las pantallas- sino ella misma como estrella, como actriz eterna. "La locura está, pues, más allá de la imagen, y sin embargo está profundamente hundida en ella; pues consiste solamente en hacerla valer espontáneamente como verdad total y absoluta" (Foucault, ibid., p. 362).

Después de volver a ver la película, me fascina sobre todo la última escena. Se nos narra, al fin, la muerte del narrador que desde el principio se nos anticipó; se nos muestra la misma imagen con la que se abría la película, el narrador -¡así que era el narrador!- flotando muerto en la piscina -y rodado desde abajo-; y Norma Desmond desciende las escaleras ante la luz de los focos, mientras los policías quedan congelados en su ascenso por esas mismas escaleras.

"La locura designa el equinoccio entre la vanidad de los fantasmas de la noche y el no ser de los juicios de la claridad" (Foucault, ibid, p. 384). Norma Desmond fabrica, una vez más, la imagen de sí misma ante los flashes y las intensas luces de los focos. "Es la noche vacía del error; pero ante el fondo de esta primera oscuridad, un relámpago, un falso relámpago, va a estallar: el de las imágenes. Se levanta la pesadilla, no en la clara luz de la mañana, sino en un cintilamiento sombrío: luz de la tormenta y el crimen. [...] En esta noche, los fantasmas encuentran su libertad [...]. Pero todas esas imágenes convergen hacia la noche, hacia una segunda noche que es la del castigo, de la venganza eterna" (Foucault, ibid, p. 386).

Norma Desmond desciende las escaleras, haciendo caso omiso de los periodistas y los policías reales que suben, o mejor que subían, porque quedan congelados en el acto de subir, fascinados por la actitud de la actriz, su elegancia de estrella pretérita, que no es de este mundo, atendiendo a las cámaras que la aguardan abajo, que ya la ruedan desde abajo, preparando para las pantallas no la idealidad demente de la actriz sino la pura materialidad de lo real, la terrible noticia acaecida esa noche: ella cree que ruedan para su próxima película, para su vuelta al estrellato, su regreso al firmamento, pero en realidad ruedan a la criminal y a la demente, tras su pecado y su culpa, su crimen, camino del infierno.