Leopoldo Pomés
“¿Y qué se aprende escribiendo? preguntarán ustedes. Primero y principal, uno recuerda que está vivo y que eso es un privilegio, no un derecho. Una vez que nos han dado la vida, tenemos que ganárnosla. La vida nos favorece animándonos y pide recompensas. (…) Segundo, escribir es una forma de supervivencia. Cualquier arte, cualquier trabajo bien hecho lo es, por supuesto.” Ray Douglas Bradbury
La tarde se detiene.
O al menos eso siento al salir a la calle. Una suave brisa llama a los carrillones a danzar por unos segundos, luego todo es silencio nuevamente.
Los autos circulan sobre un asfalto levemente húmedo por la llovizna que comienza a caer. Son las cuatro de la tarde, pero parece un atardecer pre-acordado. Los departamentos en planta alta conservan con celo los postigones cerrados. Dentro, sus habitantes se hunden en el letargo de la ausencia o en el de la siesta, vaya uno a saber.
Agradecida estaría mi imaginación si en uno de ellos hubiese amantes amando a pesar del calor y del silencio, contaminado el vacío con las sonoridades empalagosas de los susurros y las mieles orgásmicas.
Mi corazón late lentamente por la inercia, aunque no puedo negar el leve respingo que me dejó la imagen de las sábanas enredadas entre las piernas y el posible reposo de los guerreros.
La vida me llama insistente todas las mañanas. Viene la muy puta y se cuela por las hendijas de las persianas de mi habitación. Yo me levanto, pero la verdad es que aún no sé que hacer con ella.
Y tal vez porque no sé que hacer es que la atiendo, obediente y aletargada.
Despego mis ojos, despego mis dedos, despego mis pies del suelo e intento en vano volar.
Vuelvo a mi imagen en la calle y sueño con sacarme mi vestido barato y falso hindú para dejar que la lluvia, que se hace más reiterativa e insistente, me bautice, o me despierte… en fin, que la naturaleza haga lo que tiene que hacer, no como yo que hago lo que puedo.
En algún lugar de la carretera interestatal de mi existencia se cortó el hilo, se apagó el WiFi, se cegó la mirada, la caricia se transformó en ese roce accidental de pasada y la charla profunda no fue más que una colección de murmullos interiores. Verdad opacada, verdad escondida, deseo ausente; dormir soñando o dormir negando, da lo mismo.
Sigue mi pecho estático, y me pregunto por la supervivencia de mi cuerpo sin corazón. ¿Cuánto tiempo más de vida tendrá? Según mis médicos mucha, mi riesgo cardíaco es más que normal. Pero ellos qué saben….
Quizás, anticipando la muerte natural o el deceso por desatención emocional, habría que declarar mi cuerpo zona de desastre, de peligro inminente o contaminante; cerrarlo con una faja de seguridad, finiquitarlo, reciclarlo.
Ha dejado de llover y veo las flores correr sobre el agua al costado del cordón de la vereda. Probablemente la vida sea solo eso, observar cosas que los otros no ven.
Hoy me he obligado a escribir, como quien da un manotazo de ahogado, como quien agarra el matafuego aunque no haya incendio, o como quien alcanza a agarrar la copa antes de que se estrelle en el suelo.
Así quiero salvar mi vida hoy.
© Patricia Lohin
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