Llega un momento en la vida en el que te das cuenta de que ya nada es como antes, das pero dejas de recibir o quizá nunca recibiste pero el hecho de que te hayan crecido las tetas te ayuda a empezar a darte cuenta. Después existen otros momentos en los que recibes sin esperar recibir y lloras casi tanto como cuando esperas algo de alguien que nunca da llegado. Y entonces la vida se llena de preguntas sin respuesta, de respuestas que mienten a las preguntas y ya dejo de creer que una madre pueda arroparme cada vez que la vida decida joderme a ratos. El algo se convierte en la esperanza del todo, lo pequeño empieza a ser grande y ya no te importa compartirlo todo con tal de tener con quién.
Uno, dos, tres o saber cuántos besos pero solo uno el que te caló en los huesos, sin dudas ni miedos, con tan solo un deseo infinito de vivir así el resto de las primaveras.
Pobre de aquel que sueña con tenerlo todo sin saber que a los poquitos todo sabe mucho mejor, así como tu pelo entre los dedos de mis pies, cada día saboreando uno. Y así a los poquitos casi te tragas mi corazón. Susúrrame un después en la tormenta del ahora y prométeme un seguro de vida para cuando decidas escupir mi corazón. Deja de evitar ese desliz que lo mismo llega a ser un qué sé yo sin respuestas pero con ganas de correr hasta la comisura de tus labios y sonreír al primer roce de manos de dos idiotas con ganas de más.
Ahora toca analizar cuánto es más y cuánto es menos y dividirlo en lo que sientes con cada uno de nuestros momentos de desenfreno.