La Carta Magna de Birmania, aprobada en mayo de 2008, unos días después del devastador ciclón Nargis, es el principal obstáculo formal para que Birmania alcance unos mínimos democráticos. Sus artículos establecen limitaciones al derecho de sufragio y, sobre todo, reservan un 25 por ciento de todos los escaños para representantes del ejército elegidos a dedo. A esto se suma que la mayor parte de las leyes deben ser aprobadas por más de un 75 por ciento de la cámara, por lo que es imposible aprobar medidas sin el consentimiento del ejército, y que el puesto de presidente del país no puede ser ocupado por aquellos que tengan relación de parentesco con alguien con nacionalidad extranjera, lo que descalifica a Suu Kyi, viuda de un británico.
El presidente del país, Thein Sein, aclaró desde Tokio que no hay ninguna intención de reformar la Constitución y que si Suu Kyi quiere ocupar su escaño deberá acatar la formulación actual del juramento. La cuestión no es baladí ya que la victoria de Suu Kyi en las elecciones parciales de principios de mes ha sido el principal indicador de las reformas políticas que se han emprendido desde marzo de 2011, cuando un nuevo gobierno supuestamente civil tomó las riendas del país. Estas reformas llegan tras casi 50 años de dictadura militar y dos décadas después de que Suu Kyi ganara unas elecciones en 1990 que nunca fueron reconocidas.
La Unión Europea suspende las sanciones a Birmania A los ministros de Exteriores de la Unión Europea, reunidos en Luxemburgo, les debió parecer, sin embargo, que la cuestión era poco más que una riña de patio de recreo y decidieron confirmar la suspensión de las sanciones a Myanmar, nombre oficial del país, ya anunciada. La medida estará limitada a un año y no incluirá el embargo de armas, que seguirá vigente. El beneplácito que, por primera vez, dio la propia Suu Kyi al levantamiento de las sanciones durante la visita del primer ministro británico, David Cameron, la semana pasada fue, sin duda, un buen aliciente. Estados Unidos, por su parte, ha hecho algunas concesiones pero se ha mostrado partidario de un restablecimiento progresivo de las relaciones, mientras que algunas voces en el exilio han pedido que se espere hasta las elecciones generales de 2015 para determinar si realmente en Birmania puede asentarse una democracia.
El papel que, a partir de ahora, le tocará jugar a Suu Kyi no será fácil. Su colaboración con el gobierno, que algunos consideran demasiado ingenua, le ha granjeado críticas desde diversos sectores, en una cultura en la que se consigue más con una sonrisa que con una queja. Su principal reivindicación, el cambio en la Constitución, ya se ha visto bloqueada y su escasa representación en el Parlamento, en caso de que decidan ejercerla, no ayudará a imponer reformas urgentes, como las educativas, económicas o sanitarias.
Tampoco será sencillo para el gobierno birmano mantenerse en el poder sin tener que recurrir a métodos poco democráticos. La mirada estará puesta en las elecciones generales de 2015 en las que el partido del ejército no parte con ventaja, después de que la Liga Nacional para la Democracia ganara 43 de los 45 escaños que estaban en juego hace unas semanas. La estrategia pasará probablemente por minar la credibilidad de Suu Kyi y de su partido, por adoptar medidas populistas y por forzar el crecimiento para que la sensación de mejora en las condiciones de vida les ayude en las urnas. El tiempo corre, sin embargo, en su contra y mucho tendría que cambiar la situación para que la LND no gane las próximas elecciones si se celebran de forma democrática. ¿Se repetirá la Historia? Artículo de Laura Villadiego, visto en Miradas de internacional, vía El mundo desencajado.