Revista Talentos

Tácitos corazones

Publicado el 21 abril 2015 por Isabel Topham
Nadie pudo entender nada, ni siquiera ellos mismos. No sabía por qué se comportaban así, ni por qué se le aceleraba el pulso cuando veía al otro ni siquiera por qué se sonrojaban mientras se alegraban por dentro al verse de nuevo. Iban a clase juntos y, sin embargo, aún no habían mediado palabra. No sabían qué decirse, y cuando veían la oportunidad de acercarse el uno al otro, no encontraban el momento adecuado para hacerlo. Siempre se escondían detrás de una mirada, una sonrisa o cualquier excusa que se les presentará para evitar todo lo que sentían.
Cada vez que sonaba la campana que anunciaba el fin de las clases, se despedían en silencio y con la mirada fija en el otro; mientras recorrían el mismo camino hasta llegar a sus casas y tumbarse en la cama rompiendo a llorar de la impotencia que sentían por no saber qué ni cuándo hacer nada para cambiar la situación o, en su lugar, cómo hacer para llamar la atención del otro.; o, al menos, ella. Al fin y al cabo, era la primera vez que se enamoraba, rompiendo todos sus esquemas al ser alguien que en la vida se haya querido enamorar de nadie. Por miedo a que le hagan daño, por dejar de ser quien era al estar con alguien.
Fue más tarde que temprano cuando tomó la iniciativa de, aunque sea, agregarle a todas sus redes sociales y, poco a poco, fueron hablando sin ni siquiera saberlo. O, quizá, sí, pero no a ciencias ciertas. Al fin y al cabo, la intuición te juega malas pasadas y, en ese verano, no quería adelantarse a la realidad. Quería esperar, sin prisas, y con demasiada calma. Pero, esperar. Tampoco quería expresar sus sentimientos por ahí, a la ligera, sino de manera única, aunque no llegue a ser de película. Pero, de una manera tan particular que pueda ser digna de recordar y, quizá, sólo quizá, al hacerlo nadie sienta vergüenza de nadie ni de nada, y sí envidia de ello. Sin tener en cuenta que, el momento llega cuando uno quiere que llegue y no, por suerte o azar.
En cada momento que podían, se pensaban el uno al otro. Aunque sólo sea deseo, aunque sea el amor de ambos lo que les mantuviese distantes. No supieron reaccionar a tiempo que, por esperar de más, llegaron tarde. Tan sólo necesitaban una oportunidad más para verse, o dos. Quizá, tres. Y sonreír como tontos, dos niños pequeños cuando se conocen entre ellos y se invitan a jugar al balón. Se miraban mientras sonreían para dentro, por volver a verse aunque supiesen que sería la última vez que se volviesen a ver a no ser que hicieran algo al respecto. En cambio, y sin saber cómo, ella tomó la iniciativa que, como siempre, se arrepintió después de mandar aquel mensaje en donde le contaba todo lo que sentía por él.

Todo fluía como de costumbre hasta que un día, recibió la respuesta que le dolió tanto como para no echarse a llorar al instante. En cambio, de no poder creérselo, se quedó pasmada, delante (y a oscuras) de la puerta, esperando a que aquello fuera una broma de mal gusto. Sin embargo, fue al día siguiente, y sin apenas motivos, recibió el mensaje que estuvo esperando durante toda la tarde anterior perdiendo así la memoria por unos segundos de lo que sintió hasta que, a los pocos minutos, le acribilló sin motivos ni razones a insultos y malas palabras. Ambos, o quizás sólo ella, se echaron a llorar esperando a que todo fuera un sueño y, poder despertar para vivir la realidad que ansiaba vivir desde hacía meses.

Y, desde entonces, nunca más se volvieron a ver.

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