Revista Literatura
Tajo Rojo
Publicado el 16 noviembre 2012 por AdriagreloUnos ojos oscuros y grandes, bordados con largas pestañas, me miraban con curiosidad.
La mina es linda. Tiene buen cuerpo, pero sus ojos me fascinan.
El momento tiene la tensión del primer encuentro. Me esfuerzo por relajar la cuestión con una pregunta.
-Che contame, ¿de donde sos?
-Nací en Capri.
-¡Mirá vos! Yo siempre imaginé que Capri era una Isla para ir de viaje. Como te puedo decir. No había pensado que hay gente que nace ahí.
Los ojos desaparecen, son opacados por una boca muy roja. Una boca que se abre y ríe.
Me siento molesto, no me parece gracioso.
La boca se frunce y me dice algo en italiano. Inmediatamente otra vez la carcajada.
Sonrío, porque no se que otra cosa hacer.
-Che porque no lo repetís en castellano y nos reímos los dos.
Los ojos vuelven, se entrecierran, me miran con disgusto. La boca, ahora muy apretada, parece un tajo rojo. Todo su cuerpo respira profundo y deja de mirarme. La magia está rota.
-Que poco sentido del humor.
-No creas, tengo mucho humor, pero no entiendo italiano.
-¿Si? Decime, ¿a que te dedicas?
-Soy mecánico.
-¿Dental?
La molestia crece. Pienso en el Ancho. Lo veo entrando al taller con esa risa de ganador idiota. Lo escucho dándome el dato: “Es una mina bárbara, medio nariz para arriba, pero ya sabes, ¿no? Son las mejores. Dale maricón, te arreglo un encuentro”
-De autos. Arreglo autos.
-Que bien.
Nada está bien. Encima la mina sonríe, pero estoy seguro que se muere por cagarse de risa. Ancho y la madre que te parió.
-¿Vivís por acá?
-No, en Boedo.
-¿Viniste en auto?
Ahí el que sonríe, soy yo.
-No tengo auto.
-¿En serio? Que raro, pensé que todos los mecánicos tenían auto.
-¡Que coincidencia! Como yo, que creía que Capri era solo un destino turístico.
El tajo rojo vuelve, la mina no sonríe más.
-Definitivamente tu sentido del humor no existe.
-Como digas flaca.
Me levanto y enfilo para la parada del bondi. Voy con las manos en los bolsillos, ocultando los puños apretados.
Pienso en cuanto odio esta zona, con los tipos exponiendo sus autos y las minas sus naricitas de quirófano.
Un pibe adelante mío me hace un gesto.
-Te llaman…
Me doy vuelta y veo al mozo corriendo para alcanzarme.
-La cuenta.
Miro por arriba del hombro del tipo y veo la mesita vacía. La mina desapareció.
-¿Cuanto es?
-Sesenta y cinco, sin contar la corrida.
Se ríe. Saco cien de la billetera y se lo tiro en la cara.
-¿Te parece suficiente?
Se pone muy serio.
-Increíble, encima que te vas sin pagar, no tenes sentido del humor.
El dolor en mi mano derecha es terrible, como si me hubiera roto todos los huesos. La miro y veo mi puño teñido con el color de la boca de la mina.
En la vereda veo al mozo tirado, una mezcla de nariz rota con gritos ahogados y delantal negro manchado de sangre.
Doy la vuelta y vuelvo a meter las manos en los bolsillos. Camino con zancadas largas. A mi alrededor siento voces, frases sueltas: “lo lastimó” “llamen a la policía” “no dejen que se vaya”.
Unas cuadras mas adelante, en la parada del bondi, hay silencio. Después de todo, Palermo, es solo un barrio más. Miro el cielo. Densas nubes grises tapan las estrellas. ¡Qué noche de mierda!