Revista Diario
Carezco de talento culinario. Eso le he dicho siempre a todos los que me repetían que la cocina es tiempo y paciencia. Yo no tenía ni tiempo, ni paciencia ni talento y de todos son conocidos mis intentos fallidos de hacer sabroso lo que apenas era comestible. He aquí un ejemplo.
Pero, de repente, todo ha cambiado. Será la maternidad, la obligación de pasar más tiempo en casa o los meses sin trabajar. Será todo un poco. En las últimas semanas he hecho deliciosos potajes, estupendas lenjetas, apetitosos huevos rellenos, abundante ensalada de pasta y hasta atún encebollado y este plato, que acabo de zamparme: pollo con pasas al vino moscatel.
La cocina, era verdad, es tiempo, paciencia y ganas. Muchas ganas. Las suficientes como para echar una tarde entera en elaborar algo que vas a engullir en apenas dos minutos. Mi familia se divierte con mi repentina inspiración y yo no paro de repetir cosas como Ummmmm, o como Ojú, qué rico... Como si no lo hubiera hecho yo, sino otra cocinera a la que agradecer tanto tiempo invertido. Por eso la cocina son ganas. Ganas de querer que un esfuerzo valga la pena.