El otro día el diario EL PAÍS publicó un artículo que me preocupó: Un grupo salafista se ha apalancado en Melilla y ha empezado a soltar barbaridades rigoristas que, al parecer, tienen eco y seguidores. Una de ellas es que la música es malvada, es satánica, es pecado. (Hace muy pocas décadas lo que era pecado aquí era el baile, así que tampoco estamos tan lejos).
Yo soy músico (aficionado, muy malo, pero músico al fin y al cabo. Y toco en una Big Band y todo). Me sorprendo a mí mismo diciéndome que la música es puro rigor, pura matemática, puro control del tiempo, pura precisión. ¡Qué narices! ¡La música es alegría! Señores salafistas: Alegría. Alegría.
(Puro Armstrong. Pura vida. Una vez actuó en Roma, y el Papa los recibió a él y a su esposa. Les hizo la pregunta de compromiso y de rigor: "¿Tienen hijos?", y el gran bocachancla le contestó: "No, Santidad. Pero lo pasamos muy bien intentándolo". Ese es mi Louis. ¡Salafistas a él! ¡Ja!).
(Y ahora, unos demonios que incitan a pecar a unas pobres descarriadas. ¡Virgen del Amor Hermoso! ¡En qué pocos años los demonios de antes se quedan en nada, y los horribles pecados en tiernos recuerdos!)
Es indignante que haya alguien que crea tan firmemente en un dios que es malo, que es cruel, que es un amargado y un tocapelotas de tal calibre. Y eso no es propio de ninguna religión en sí, sino de una cierta forma de entender las religiones, todas las religiones, cualquier religión.
Es una forma de ser: Apocalíptica, amargada, aguafiestas, triste. Y da igual aplicarla a la religión, a la política... o a la arquitectura.
Y me interrogo a mí mismo sobre mi forma de entender la arquitectura: ¿Es apocalíptica, amargada, aguafiestas, triste? Parece que sí. No me gusta nadie. No me gusta nada. ¡Qué horror!
Ahí fuera está la gente bailando, riendo y divirtiéndose, y yo les espío desde el interior de mi casa, a oscuras, mirando por las rendijas de la persiana, reconcomiéndome, planeando mi venganza, musitando: "Bailad, bailad, reíd, que ya vendrá el llanto y el crujir de dientes".
Me horrorizo de mí mismo. ¿Qué pasa, que despotrico de la fiesta porque no he sido invitado?
Amo la arquitectura. Disfruto mucho de ella. ¿Entonces por qué me indigno tanto y con tantos? ¿Qué pasa? ¿Impotencia? ¿Falta de estímulo vital?
No. De verdad. Yo, os lo prometo, quiero ser una chica una chica yeyé, que tenga mucho ritmo y que cante en inglés; con el pelo alborotado y las medias de color. Una chica yeyé, una chica yeyé. Solo eso. Yo también quiero.
En mis continuas denuncias contra Don Carnal me parezco a Doña Cuaresma. ¡Qué asco!
Yo solo aspiro a criticar el carnaval absurdo e incohernete, no a imponer una cuaresma igualmente absurda y además castradora y represiva. Criticando los disparates de muchos no pretendo defender la arquitectura de caja cerrada y polígono industrial cutre. (Lo que sí es verdad es que de los polígonos industriales cutres precisamente lo que me parece más penoso son los intentos de "dignificación estética", los ramalazos fallidos de decoración. No, si al final voy a ser un talibán y un salafista).
Johann Sebastian Bach hizo su magnífica música, su tremendo edificio de armonías y contrapuntos, a la mayor gloria de Dios, como un homenaje a la inefable armonía del Universo y a su estructura perfecta. Es decir: Desde una fe acendrada y profunda se puede hacer la mejor música del mundo, y desde otra fe acendrada y profunda se puede creer que la música es obra de Satán. (Lo que sí hay que reconocer es que la música de Bach es sublime y tal, pero no es precisamente la Bemba Colorá. Eso es verdad).
Qué difícil es todo.
Los talibanes prohibieron volar cometas. ¿Por qué? Porque significaban alegría. Vaya panda de psicópatas.
Me repugna la gente entregada a la tontuna, a la superficialidad y al cachondeo gratuito e irreflexivo. Pero también (bastante más) me repugnan los demasiado profundos, los savonarolas incendiarios. De los dos grupos me repugna lo mismo: la estupidez. Me gustaría no ser estúpido en este blog, pero eso nunca se sabe.
Si algún día estoy especialmente borde e intolerante, lo siento. Como dice a menudo el gran Chiquito de la Calzada, "una mala tarde la tiene cualquiera".
Seguiré haciendo lo que pueda y como mejor pueda. ¡Yo qué sé!