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TALLERES LITERARIOS Y DE GUIÓN: a cada uno, según su capacidad

Publicado el 25 junio 2010 por Fhrodri
Cuando uno ya ha ido a unos cuantos talleres, literarios y de guión, tiende a dos conclusiones; o bien, a una, con dos direcciones. La primera es que hay mucha trampa y mucho cartón; la segunda es que, si hallas al profesor adecuado, el dinero del taller vale cada euro.
Pero es complicado. Un buen profesor consistirá en alguien que domine el temario, sí. Y, si ha tenido experiencia, en cine, en televisión, o ha publicado como novelista o relatista, en el caso de los talleres literarios, mucho mejor. Pero, al cabo, todo eso importa menos que un grupo reducido y la opción y la capacidad para encontrar el talento ajeno.
Y esto ya sí que implica mucho más que el conocimiento y la experiencia. Cada alumno requiere una atención diferenciada.
Supongamos que un alumno es de los que tienen talento innato. Hay quien nace con la cualidad de saber contar historias. En cualquier medio. No se prodigan, no; pero sabrán de qué hablo si tienen un amigo así. Con ellos, es un placer quedar y que te cuente su último viaje, y ya sabemos lo excepcional que es esto. Cualquier anécdota es todo un mundo. Ahora, supongamos que el profesor se empeña en que el susodicho alumno se aprenda "de corrillo" los esquemas de McKee o Field o Linda Seger. Es una pérdida de tiempo.
Probablemente sus historias adolecerán de otros matices; quizás necesite trabajar los personajes, el aspecto de dramaturgia. O, tal vez, el propio lenguaje del medio correspondiente: la palabra, o la palabra y la imagen, según sea el taller de guión o de literatura.
TALLERES LITERARIOS Y DE GUIÓN: a cada uno, según su capacidad
Otro caso. Un alumno cuyas lecturas y aspiraciones pasen por el best seller. Siempre que no engañe a nadie en un futuro (tema, al parecer, inusual, dado los aires que se dan gente como Matilde Asensi a ratos), esto es tan válido como el que aspire a revolucionar la narrativa contemporánea. Sería absurdo perder horas y tutorías insitiéndole en que se impregne de Faulkner. No es que sea un mal consejo, sino que probablemente se lance a un mal perchero: es casi seguro que caerá, enseguida, al suelo. 
En cambio, podemos recomendarles lecturas afines al tema de la novela o relatos que esté proponiendo. Por ejemplo, si al alumno le encanta la ciencia ficción más de andar por casa, quizá podamos darle a leer a Bradbury. Y, después, a Aldiss. Con suerte, tal vez llegue a Ballard. Con esto, ya estamos abriendo la mente al alumno. No hace falta que imite ningún estilo, y puede que siga deseando escribir best sellers, por qué no. Pero, al menos, ya sabe que las letras se pueden juntar de otras formas. 
Un ejemplo en el caso de los guiones. Recibo una historia de ciencia ficción. Una nave se estrella en un sitio extraño, unos alienigenas, mucha acción, mucho de Aliens. ¿Qué haces, como profesor? ¿Lo desprecias? ¿Le dices que su historia no es original, que no vale? ¿O le ayudas a que busque y rebusque qué le gusta o le obsesiona o le interesa de esa historia, para tirar de ese hilo, y que el proyecto, al final, sea más personal?
¿Y qué hay del estilo? Esto sí que es polémico. ¿Mejor buscarse un taller literario que tenga como profesor un autor que escriba algo similar a lo nuestro? Parece lógico, y hasta efectivo. Pero para que nos digan lo buenos que son los autores que ya consideramos buenos, al cabo estás gastando tiempo y dinero para no aprender nada. O sea, que habría que buscar otra solución. Investigar; consultar; preguntar. Que alguien nos recomiende un profesor que no sea parte de esas mafias literarias; sean las de los fandomitas de ciencia ficción, los exegetas de Carver, los adalides de Hemingway, o cualquier otra plaga similar. 
El profesor debería ayudarnos a que encontremos nuestro estilo. Darnos a conocer otras formas; si somos minimalistas, autores barrocos y recargados; si somos barrocos, autores de lenguaje y estilo sencillo. Si somos realistas, escritores fantásticos; si somos "cortazianos", una buena dosis de Chéjov. No para que nos convenzan de que nuestro estilo es erróneo (que es una manía de algunos profesores), sino para que veamos las posibilidades, las ventajas, los efectos, la belleza de otros métodos. Y luego, siempre, siempre, que nos ayuden a contar lo que queremos contar de la forma en que queremos contarlo.
Esto último ya sería el ideal. Que no nos presionen para que quitemos adjetivos por que sí, sino porque se nos muestre y demuestre que no son, a veces, necesarios. Que nos insten a que desarrollemos los personajes para que notemos que no los hemos de veras creado, sino que son trozos prestados de esos tantos que vemos y leemos a lo largo de la vida, y no, justamente, seres sacados de nuestra vida.
El mejor profesor que he tenido, en un taller de guión, fue José Luis Borau. Nunca me juzgó. Y, de hecho, me hizo ver detalles en mi historia que yo mismo había obviado. Digamos que me psicoanalizó el tema o el trasfondo de lo que contaba. Con los precios de los del diván, y la crisis actual, no es poco.
TALLERES LITERARIOS Y DE GUIÓN: a cada uno, según su capacidad

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