Se ha estado dando visibilidad a lo que se ha llamado "síndrome de alienación parental", que es lo que ocurre con el niño cuando un padre le pone en contra del otro. Parece que la rabia contra "el ex" o "la ex" provoca una especie de ceguera ante el daño que se hace al hijo de ambos. Aunque sea una ingenuidad, si pudiera les diría a esas personas que ordenen sus prioridades: el amor por los hijos antes que cualquier revancha, incluso antes que la justicia.
Sé que hay hombres alienadores, pero a mí no me ha tocado conocer un caso "en vivo". Lo que he tenido cerca son mujeres que obstaculizan la relación hijos-papá sin motivo justificado, mujeres que hablan mal de él delante de los niños, o que obligan a los niños a mentir a su papá. Lo siguiente le pasó a X:
Él y yo nos conocimos por cuestiones de trabajo; nos veíamos unos tres días a la semana, y había ocasión para platicar. Era de esas personas que tienen una opinión sobre cada cosa, y a mí me encantaba oírle -hace mucho que no le veo, por eso digo que "era"-. Poco a poco, entrando en confianza, en la plática fueron apareciendo cuestiones personales. Era un padre presente: de esos que proveen, educan, juegan... Un día, su esposa se fue; le dejó a los niños; supongo que necesitaría ver qué iba a hacer o cómo iba a establecerse, y seguramente sabría que estarían bien con él (los niños tenían, más o menos, siete y diez años). Efectivamente, estuvieron bien con él. Era un hombre de familia. Un buen día, no recuerdo si semanas o un par de meses después, la mujer ya establecida les propuso a los niños irse con ella: como esto fue hace mucho tiempo, no recuerdo si el menor quiso irse con su mamá, o si no quiso ninguno de los dos. El caso es que ella empezó a presionar en ese sentido. X no quería obligar a los niños a irse o a quedarse, pero una tarde, mientras X trabajaba, llegó una patrulla a llevárselos -o solo al mayor, no recuerdo bien-. Supongo que ella había conseguido la custodia.
A partir de entonces, la mujer empezó a obstaculizar la convivencia de X y de la familia de X con los niños. Los momentos en los que X y ella tenían que verse, fueron siendo cada vez más tensos y desagradables. Creo recordar que ella tenía un novio, y a X le parecían mal algunos detalles de la interacción del novio con los niños. Las dificultades crecieron. Los niños dejaron de hablar libremente con su papá, y recibieron la instrucción de no hacerle caso si él se acercaba a ellos a la salida de la escuela. X buscó caminos legales y apoyo psicológico; parecía que vivía pensando en cuándo iba a ver a sus hijos. Al cabo de unos meses, sin embargo, creo que se rindió. Lo vi aficionarse al casino. Lo vi deteriorarse. Un día, se presentó tomado a trabajar. No mucho después, dejé de verlo.
Claro que X es por completo responsable de la forma en que reaccionó al problema que tenía enfrente. Pero me pudo mucho verlo irse para abajo al quedarse solo, sabiendo cómo fue que se quedó solo. No sé cómo haya sido la relación de pareja: a veces el candil de la calle es oscuridad de su casa; no tengo la versión de ella. Considerando nuestra cultura, puede que haya sido violento y ni cuenta se haya dado -era un macho como tantos: uno de los que quiere ser fuerte para sostener a los suyos-; pero dudo mucho que fuera un hombre a quien no se pudiera dejar convivir con sus crías.
Los hijos también son hijos del papá. Los niños se benefician de contar con su papá.
¡Aunque no cumplan con la aportación económica debida!
He oído cosas como que Fulano quiere nada más los derechos, pero no las obligaciones. Seguro que ese Fulano está mal; pero si para privarle de su derecho, por justicia, hay que privar al niño de su derecho, mejor no hacer justicia. Hay muchos hombres de los que hay que salir corriendo; hombres cuya presencia es siniestra. Hay otros tantos que ni fu ni fa, y si un día arrullaron a sus bebés, al rato ni se acuerdan de ellos. A los otros, que quieren seguir estando presentes, que quieren seguir participando, hay que dejarlos estar... y dejarlos estar en paz.
Silvia Parque