Revista Literatura

Tangencial

Publicado el 16 agosto 2013 por Sara M. Bernard @saramber

Tangencial
Hoy es un día de veneno.
Odio el sabor amargo. Odio la ginebra y odio la cerveza: produzco el amargo de manera endógena, así que no tolero suplementos externos. Y las almendras tostadas (y amargas) ocupan el lugar número uno. Si queréis que entre en coma con los ojos abiertos, invitadme a una cerveza con un platillo de almendras podridas. Atravesaré nuestra galaxia para esconderme en la siguiente, aún no explorada por la NASA; me enroscaré dentro del caparazón y no habrá manera de sacarme de allí.¿Qué te pasa? Tienes cara rara. No estoy aquí. Viajo en el tiempo y el espacio.
Hoy está nublado. Siempre está nublado. O no, la costumbre, en realidad observo un efecto óptico de cielo blanco porque es un día de verano cegador.
Pienso en la mística de las canas. No he heredado las canas prematuras, sólo un único pelo blanco en el flequillo, que ya estaba ahí desde el principio de los tiempos. Excepto en el último lustro, con tintes rojos que lo tapaban. Siempre imaginé cómo sería mi vida cuando naciera la primera auténtica, por edad.
La encontré el 19 de julio al mediodía, puntiaguda y desafiante, a medio crecer en el centro de la cabeza, donde está (estaba) el hueco craneal con el que todos nacemos. Un pelo grueso y fuerte, distinto a todos los demas, finos y débiles. Dos semanas antes no estaba.
El libro me ha costado una cana.
Por supuesto, como prometí que haría, la he arrancado.  No saldrán otras siete hasta que no abra el editor de textos.

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