- ¡Vaya horitas de llegar! ¿Se puede saber dónde habéis estado?
- Ya te lo dije, mamá, en el teatro.
- ¿Solas?
- ¡Pues claro! ¿Con quién íbamos a estar?
- Adela, que peino canas...
La mujer lanzó una mirada inquisitoria a su otra hija, a quien le faltó tiempo para sacar su lengua afilada a pasear.
- Nos encontramos allí con Pepe.
- ¿Pepe?, ¿qué Pepe?
- Pepe, el de la heladería "El Romano", el que el año pasado anduvo saliendo con Angustias.
- ¡Acabáramos! ¿Y estuvisteis los tres juntos toda la tarde?
- Al principio, sí. Luego, Pepe se levantó al baño y, al ratito, le siguió Adela. Y yo, como no quería estar sola, fui a su encuentro... Escuché unos ruidos extraños detrás de una puerta y llamé... Entonces salió Adela y, hecha una furia, me dijo unas cosas horribles mamá, unas cosas horribles...
- ¡Basta ya! No quiero oír nada más... ¡Angustias, Magdalena, Amelia, venid aquí ahora mismo!... Por muy verano que sea, se acabó eso de entrar y salir cuando se os antoje, ¿entendido?
- ¿Y qué culpa tenemos nosotras de los enredos de estas dos? - preguntó airada Angustias.
- ¡Silencio! Aquí se hará lo que yo ordene. No pienso dar de qué hablar a las vecinas. Seguro que ya están con la oreja pegada a los tabiques y el ojo cosido a las mirillas, ávidas de arrastrarnos por el fango. Buenas están si creen que van a encontrar algo con lo que saciar su maledicencia. Porque en esta casa no van a encontrar nada, ¿me oís? ¡Nada!... Nada que no sea el respeto que debéis a la memoria de vuestro padre y la más absoluta decencia.
- Oye, mamá -susurró una voz- Entonces, ¿cuando Adela se suicide tendremos que asegurar que ha muerto virgen y hundirnos en un mar de luto?
- ¿Pero qué estás diciendo? No me seas teatrera.
Bernarda se dio media vuelta. "¡Jesús, qué martirio de niña! A saber de dónde habrá sacado semejantes ideas... Si ya lo decía mi difunto, esta criatura lee demasiado.
Texto: Nuria Rubio González