Revista Literatura

Tarde de toros

Publicado el 12 mayo 2011 por Gasolinero

Hay acontecimientos que se quedan grabados a fuego en la mente, capaces de marcarte para siempre e incluso ser culpables de la mayoría de los desajustes de personalidad subsiguientes. Sobre todo a nosotros, complaciente lector, siendo como somos carne de diván y suma de complejos.

Para introducirnos en el relato, debemos explicar previamente una serie de detalles referidos a la tauromaquia en Tomelloso, ya que el negocio va de toros.

En esta ciudad no hemos sido excesivamente aficionados al arte de Cúchares, opino empíricamente, no obstante y tal vez por mimetismo con las localidades cercanas, más antiguas y con más tradiciones, siempre han habido festejos taurinos, sobre todo como culmen de cualquier fiesta importante, especialmente de la variable feria. Quizá por ese mimetismo, o a lo mejor por envidia, se construyó a mediados del siglo XIX un coliseo para corridas de toros, antes de preocuparse las fuerzas vivas locales del alumbrado de las calles.

Esta plaza, construida con piedra y ubicada en el Paseo de las Moreras, a partir de 1950 estaba en completa ruina, el último festejo se celebró en 1949. Por cierto que en los anales tomelloseros hay inscritos algunos acontecimientos relacionados con los toros, de esos que se trasmiten entre generaciones, como el del famoso ciclón o el infausto cohete.

El día de Santiago de 1932 un toro se saltó la barrera, yéndose hacia el palco. El público corría enloquecido, evitando al uro en su ascensión hacia la autoridad. Se producían caídas masivas con el consiguiente amontonamiento de cuerpos. El animal no paraba de subir gradas hasta que llegó frente al palco, presidido por don Urbano Martínez, a la sazón primer presidente socialista del Excelentísimo Ayuntamiento. Entonces ocurrió lo inesperado. El primer edil, sin pizca de miedo, se saltó el palco, se quitó la americana y empezó con ella a darle pases al morlaco con «maestría y garbo municipal», hasta llevárselo al primer tendido, desde donde los alguaciles lo empujaron al ruedo. Fue muy comentado el arrojo del alcalde, que volvió a salir elegido en las siguientes elecciones. La oposición malmetió afirmando que lo del toro fue un ardid publicitario, preparado por el partido socialista local de cara a las elecciones.

En abril de 1933, se celebraba una becerrada y antes de haber muerto el último animal, un gran número de mozos se lanzaron al ruedo con la intención de arrancarle las banderillas al astado. La policía municipal intentó desalojarlos, al encontrar resistencia hicieron uso de las flamantes porras de goma. El respetable indignado por el apaleamiento, comenzó a lanzar piedras a los municipales y antes de que la cosa acabase en batalla campal, estos se retiraron. Al rato una gran manifestación llegó a las puertas del ayuntamiento, pidiendo que les entregasen a los guardias para lincharlos. El alcalde consiguió aplacar los ánimos y disolver a los manifestantes, expedientando posteriormente a los guindillas.

La plaza estuvo en ruinas hasta el año 1972 en que mediante suscripción popular y aportando remolques y carros de piedra la ciudadanía, se inauguró con el aspecto actual. Mientras anduvo la plaza cual el Circo Máximo, los festejos se celebraban en una portátil que se instalaba al final de la calle Lugo, en los solares ahora ocupados por varios  institutos.

Resultó que mi abuelo me llevó con cinco años a presenciar un espectáculo taurino, una novillada creo, que se celebraba en el nombrado teatro desmontable, no recuerdo si era la feria. Parece ser que mi yayo iba con la idea de que los niños pequeños no pagaban en determinados espectáculos, encontrándose cuando fuimos a pasar al coliseo, con que le exigieron el pago de media entrada a cambio de mi acceso al interior. Entabló una discusión con el portero para conseguir pasarme gratis, mas no lo consiguió. Entonces tomó una decisión, que ha marcado el resto de mis días. Se pasó a ver los toros dejándome en la calle. Solo recuerdo ver piernas, trillones de ellas, y sentir el sabor salado de las lágrimas en mi boca. Aún vuelvo y vuelvo al amargo hecho en sudorosas pesadillas.

Afortunadamente Juan Francisco el policía, al que se conoce, supe darle razón de quien era y donde vivía, me llevo en la moto reglamentaria a casa.

www.youtube.com/watch?v=RD8qcG_IoYU


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