Me conmueve el aspecto de Spencer Tracy en «Conspiración de silencio», «El mundo esta loco, loco, loco» y «Adivina quién viene esta noche». Esa imagen de confortabilidad la he encontrado en algunas personas. Recuerdo a uno, con el pelo blanco, fosco y mal peinado; transmitía senectud y bondad. El perfil como el de un patricio romano, paradójicamente vacío sin la boina. Hablaba dictando sentencias, compasivas por encima de todo. Transmitía seguridad, afabilidad y bienestar; su cercanía conjuraba cualquier peligro.
Transacciones. La palabra suena bien, su significado indica el uso futuro. Con ella nombro una nueva cuenta en un servicio de cobros y pagos, basado en la buena voluntad de los usuarios. Lo hago mediante una ceremonia virtual, que parece un trasunto de bautismo y en la que también hay que afirmar creer y actuar de acuerdo a unos dogmas y clausulas y negar y aborrecer otros, marcando en la casilla.
Nunca he probado el Grand Marnier y no voy a hacerlo, pero he sentido nostalgia del licor, aun sin haberlo catado y sabiendo, fehacientemente, que no voy a tener ocasión de hacerlo en lo que me resta de vida.
Hay llamadas telefónicas que sirven de acicate, animan y sobre todo, alegran. Recibir llamadas de esas es una suerte, o un regalo de los dioses de las comunicaciones mediante ondas radioeléctricas. Cuando en la misma mañana se reciben dos, la sensación es la de haber alcanzado la gloria en vida.
Hay recuerdos que despiertan de su letargo por lo que sea, un concurso de la tele, por ejemplo. Ernesto Sábato murió con casi cien años, de todos es sabido. Presidió la CONADEP, comisión encargada de estudiar las violaciones de los derechos humanos, en la Argentina entre 1976 y 1983. La investigación y el consiguiente informe dieron lugar al libro «Nunca Más» conocido por «Informe Sábato», en donde se expone la teoría «de los dos demonios». También sirvió de base para el juicio a la Juntas. Raúl Ricardo Alfonsín que fue presidente de la República Argentina durante el proceso, tenía bigote negro, se peinaba con gomina y parecía alto y corpulento, un gigante necesario. Julio Cesar Strassera, tiene ojeras y también bigote, fue el fiscal del juicio a las juntas militares, igualmente se peinaba con gomina, creo recordar su voz queda con acento porteño, pero implacable. Consiguió meter al mal en cintura, hasta que llegó un indulto con nombre de signo ortográfico.
También recuerdo las espeluznantes crónicas que del juicio hizo Martín Prieto, describiendo los horrores y barbaridades cometidas por aquella gentuza, con lenguaje crudo, directo, doloroso como el corte de una navaja oxidada, enseñándome palabras: chupadero, picana. O contar como el maestro Borges vomitaba ante los relatos de los testigos.
Las tardes festivas dan para mucho.