dejándonos legañas
de paz y de silencio.
Son cual retazos,
de tiempo retenidoque quiere libertad
Salir a ver el mundo,
quizás en un instante,andar entre las gentes
y oír lo que nos dicen
con su voz.
Tardes de invierno
que llegan solitariasen un instante.
El hombre las contempla,
las vive y las disfrutajunto a la hoguera
del hogar.
En el salón silente
de su casa,mirando al fuego,
se desgranan pensamientos,
se barajan proyectos
y se mira un poco atrás,
a ese año pasado
que acaba de marchar.
Entre las llamas
que gritan, sorprendidas,mientras las miras,
está el amor.
Quizás la chispa,
es ese fruto de la vida,tan añorado;
o puede que sea el invierno,
cargado de nostalgias,
que nos envuelve.
Pero es el hombre,
cansado, por los años,el que pide la luz, la claridad,
la sencillez.
Quiere la infancia,
los días infantiles
y tan eternos,
aquellos en que,
su cuerpo juvenil,
se transformaba,
los sueños estaban
a flor de piel
y la luna y las estrellas
iban siempre en su corazón.
Aquel pasado
renueva hoy las pupilasque cobran vida.
Es algo extraño,
pensar que los mayores
añoren esa infancia.
Pero cuando te miras
y ves, en el espejo de tu alma,aquel reflejo
quieres volver,
salir del largo invierno,
volver a aquella infancia
y su primavera.
Así son tantas tardes de invierno,
de lluvia por la calle,con fuego en la cocina
y nostalgias en el alma.
Rafael Sánchez Ortega ©
01/01/19