Mañana, 1 de julio, dará comienzo una nueva edición del Tour de Francia, la para muchos más grande carrera ciclista del mundo. No quiero sin embargo entrar a juzgar cuál de las tres grandes, Tour, Giro y Vuelta, es realmente la mejor porque yo, como seguramente cualquier aficionado a este deporte, disfruto por igual de todas ellas además de con otras carreras clásicas del calendario. Si escribo este post es para comentar qué es lo que me atrae del ciclismo y hace que pase horas delante de la pantalla de la televisión o del ordenador todas las tardes durante semanas...
El ciclismo, en este caso ciclismo en ruta o carretera, es un deporte muy bonito no solo por el propio hecho de ver a los ciclistas competir, también lo es por todo aquello que el espectador de televisión puede descubrir acerca de los lugares por los que pasa la carrera en cada etapa: ciudades, pueblos y paisajes de bella apariencia, con grandes monumentos arquitectónicos y, en ocasiones, una o varias historias que contar. Y es que hay que reconocer que, aunque otros lo hacen muy bien y ha habido grandes nombres detrás de los micrófonos, el trabajo de Carlos de Andrés y Pedro Delgado ha hecho que el ciclismo sea, año tras año, cada vez más popular en este país.
Mucha gente que dice disfrutar del ciclismo en realidad lo aprovecha para echarse la siesta (deporte nacional para una gran parte de la población), y se despierta cuando faltan pocos kilómetros para finalizar la etapa. No me parece ni bien ni mal que lo hagan pero es una lástima que no vean el desarrollo al completo (al menos todo lo completo que se ofrezca en la televisión) porque a menudo suceden cosas interesantes que cambian absolutamente el devenir de la etapa y que solo conocerán a posteriori a través de los resúmenes. En mi opinión, todo lo que no sea seguir la retransmisión de principio a fin no se puede considerar un disfrute auténtico del evento.
La montaña es lo que más gusta al aficionado y con razón, pues es ahí donde sale a relucir todo el potencial de un ciclista en términos de resistencia (un sprint dura doscientos metros, una ascensión pueden ser más de 20 kms), y es el escenario en el que, generalmente, se deciden las grandes vueltas. Quienes tienen la suerte de poder verlo en vivo se apiñan a ambos lados de la carretera en los puntos clave del recorrido y forman un pasillo humano que se abre al paso de los ciclistas. Es emocionante contemplar como gritan para animar pero lo cierto es que, a veces, se crean momentos de tensión por culpa de fans exaltados que no saben comportarse y que se ponen a correr al lado del deportista sin pensar que, si tropiezan, lo pueden tirar al suelo y fastidiarle la etapa o incluso la carrera misma. Por desgracia no es posible vallar todo el camino y a día de hoy sigue habiendo debate sobre de qué forma se podría solucionar algo tan complicado, sobre todo si el camino a andar es muy estrecho ya sin la presencia de personas o elementos aledaños.
Lo curioso es que, aunque llevo viendo las carreras desde que era niño, no fue hasta mucho después qué comencé a entender de verdad el ciclismo, un deporte mucho más complejo de lo que parece por cuántas variables se han de tener en cuenta, además de sus propias reglas. ¿Cómo era posible, me preguntaba, que pudieran estar en las primeras posiciones en la clasificación unos ciclistas que casi siempre llegan en el pelotón, a veces muy por detrás de los que se disputan la etapa? Esta y otras cuestiones eran un enigma para mí pero aun así me encantaba ver la carrera, y emular después a sus protagonistas en sendas partidas con chapas en los bordillos de las aceras de mi barrio o en el típico circuito dibujado en la tierra. Qué tiempos aquellos, ¿verdad?
Cierto también es que, durante largo tiempo, el ciclismo ha estado manchado (y lo sigue estando aunque en menor medida) por el dopaje, y son muchos los deportistas que han recurrido de una manera u otra a sustancias y otras artimañas que mejoren su rendimiento. Pero se ha avanzado mucho en la lucha contra esta lacra y el control al que todos los componentes del pelotón están sometidos hace que sea cada vez más difícil que alguno se chute sin que sea descubierto. Como ejemplos puedo citar a dos miembros del equipo Bardiani, dos jóvenes italianos que no pudieron tomar la salida en el Giro tras haber dado positivo en un control previo o el más reciente caso del portugués André Cardoso, que también fue cazado en un control fuera de carrera y que será sustituido por Haimar Zubeldia para el Tour. Lo ideal en este y otros deportes sería que nadie se dopara pero la tentación está siempre presente y no son pocos los que caen en ella.
El ciclismo de ahora, como tantas otras cosas, ya se parece poco al de antaño y si bien se ha ganado en seguridad y estrategia, también se han perdido elementos como la propia iniciativa del corredor, mucho más controlado ahora gracias a los pinganillos. Es otra forma de correr, que gustará a algunos y que otros despreciarán pero es lo que hay. De momento, y mientras no se pierda del todo la esencia de este deporte, yo las seguiré viendo...