Madrugones en el paraíso.
Escapas del asfalto para aterrizar en la pinocha y el polvo. La urbanización que te acogerá estas semanas impone otro ritmo de vida, con las horas centrales del día como momentos letales en los que ni se puede asomar cabeza. Un servidor finaliza su jornada, llega a punto de comer y se encuentra con toda la familia elogiando las bondades de la piscina, pretendiendo que uno se prive de ella y coma cuando todos.
Por eso debes imponer tu propio biorritmo: “Dejadme la comida apartadita, que primero me quiero dar YO un chapuzón”. Si lo dices con la adecuada convicción y autoridad lo conseguirás. Tan solo debes ponerte el bañador desatendiendo a las inevitables caras de basilisco.
Y tan solo unas cuantas brazadas consiguen que de nuevo te sientas humano. Incluso llegas al tiempo que los demás empiezan los postres. Este, justamente, es un buen momento para los anuncios dramáticos: “Este año hay que pintar la piscina. Sin falta”, dice el suegro y… ay, se produce entonces la congelación súbita del personal. Esta frase consigue silenciar los murmullos y provocar giros violentos de cuello, con todo el mundo mirando hacia otro lado.
Pero las reglas del póker dictan que el primero en hablar o acusar recibo pierde el envite. En este caso es mi cuñada: “Pues no parece estar tan mal…¿no?. ” .“¿Que no? Está sin color y con peladuras” contesta el suegro, con la autoridad moral de quien siempre termina pintándola.
“Está verdísima toda la pared”, apoya la suegra, con la autoridad moral equivalente de quien siempre termina ayudándole.
“Con la fresca es como mejor se pinta, por las mañanas”, aporta el menda. A fin de cuentas, por las mañanas yo estoy en el trabajo y -francamente- pienso en lo maravilloso que sería llegar y que ya estuviera pintada. La idea parece cuajar. “Mañana la pintamos. Madrugamos a eso de las 7,30 y para la hora de almorzar ya la tenemos” sentencia el suegro. Pero el anuncio provoca el gesto de pisado-por-un-caballo habitual en mi cuñado cuando le cae algún marroncete. Solo van a estar una semana allí y ya le han fastidiado el ratito de sueño matinal.
Las cosas como esta son las que definen la pequeña intrahistoria que viven las familias, el día a día que marca las pautas. A la mañana siguiente me levanto a la misma hora que ellos, les sorteo con habilidad en la cocina a la hora de aprovisionarme y desayuno en la terraza con la excusa del fresquito.
Pasa la mañana en el trabajo y llego y -aunque la piscina se ha de secar hasta poder llenarla y bañarse- las paredes lucen con un azul esplendoroso. Es el mismo esplendor que falta en las caras de todos, un tanto ajados por el madrugón y la tarea.
En la comida de ese día el suegro comenta que tiene un montón de tomates por el huerto y que habrá que recogerlos. Todos ponen la misma cara que cuando el anuncio de la piscina. En ese momento, noto que una extraña fuerza guasona se apodera de mí y me hace decir: “Pues por la mañana, eso desde luego, es cuando mejor se hacen las cosas, está claro…”.
Pero esta vez me fallan los cálculos y cambian las tornas. Los rostros se fijan en mí con ferocidad, se levantan empuñando los cubiertos….
(Continuará. Saludos apurados)