TARJETA ROJA (por Lalo Monsalve)
No se puede decir que yo haya tenido mucha suerte en la vida. Y soy consciente de que no soy el único. Supongo que formo parte de un inmenso montón de individuos a los que la fortuna no ha acompañado especialmente. Como muchos otros, me considero un auténtico y genuino sobreviviente, cansado de nadar en aguas turbulentas y frías, sin un flotador de goma al que aferrarme.
Tal ha sido mi trayectoria simplona que, durante más de 30 años, fui un cliente más de Caja Madrid. Me dieron una tarjeta de débito y, más tarde, una de crédito. Las utilicé cuanto pude, pero en estos días me he percatado de que esas dos tarjetas, sucesivamente renovadas una vez superado su plazo de caducidad, tenían una anomalía muy relevante: los cargos por mis gastos me los hacían directamente en mi cuenta bancaria y no iban a ninguna otra denominada "opaca", "negra", "B" o similar. Tuve que asumir siempre los costes de mis dispendios, con cargo a mis propias costillas.
Sin embargo, al parecer, unos afortunados con los que nada tengo que ver tenían otras tarjetas más "guays". Con saldos ilimitados, no asumían consecuencia perniciosa alguna en su economía, sino todo lo contrario. Se daban la vida padre. Con cargo a los demás clientes de la Caja, hoy Bankia. Mientras miles de pringados perdían sus ahorros de toda una vida en forma de "preferentes", aquellos privilegiados disfrutaban de estupendas bufandas para combatir el frío de sus calculadoras mentes. Cualquier árbitro de tercera regional les sacaría tarjeta roja a todos esos jugadores tramposos.
Es estúpido que yo vuelva a repetir mi conocida cantinela que se basa en la inexorable frase que he acuñado desde hace meses: "Nada es verdad" y que podéis escuchar en Youtube. Pero no se me ocurre otro pensamiento más acertado. Todo aquello que aprendimos de pequeños sobre la moral y las buenas costumbres, la honestidad, la honradez, el civismo o la solidaridad, se ha venido abajo de repente.
Día tras día, es siempre lo mismo. Es asqueroso y deprimente. Sospecho que se trata justo de eso, de machacar a la ciudadanía a base de conductas chulescas y malolientes. Ya no veo televisión y sólo me detengo en los quioscos para leer por encima las primeras páginas de los diarios de tirada nacional, cuyos titulares son siempre los mismos: corrupción a barullo.
Tan aburrido estaba la semana pasada que me puse a ordenar mis libros. Entonces, apareció una antigua Santa Biblia con curiosas ilustraciones. Por azar, abrí la publicación por la página en la que se anuncia la segunda venida de Jesucristo. Es sorprendente, pero el dibujo representa la figura de un hombre que sería calcado a Pablo Iglesias, el líder de Podemos, si éste nos mostrase su larga coleta desplegada al viento.
¿Es esto un presagio?. ¿Viene Pablo a salvarnos cual Cristo en plan segunda revolución, no bolivariana?. Estaré atento. Quién sabe si mi olvidada fé, me está pidiendo una segunda oportunidad.