Revista Talentos
Tasa cívica o compromiso ético
Publicado el 04 agosto 2023 por Cerebros En TonelesUno de los enigmas más complejos de las ciencias sociales es comprender por qué nos comportamos de forma tan diferente cuando cambiamos de contexto. Vemos a turistas desmadrados, grupos de despedida de soltero con disfraces horribles, gente arrasando espacios sin más ley que la suya... Y luego resulta que la mayoría de esas personas son gente civilizada en sus lugares habituales de residencia y en sus puestos de trabajo. Hay más ejemplos, claro. Pensemos en los hinchas desbocados de un partido de fútbol.
Aunque somos las mismas personas, en cada contexto desarrollamos un rol diferente. Actuamos según lo que el grupo espera de nosotros. Esta explicación puede ser útil para el sociólogo, pero no nos sirve en el campo de la ética. La responsabilidad cívica no debería desaparecer, porque, por mucho que cambie el contexto, seguimos siendo sujetos racionales y ciudadanos.
“No hagas aquello que ni se te pasaría por la imaginación si estuvieses en tu casa”. Con esta máxima bastaría para contener las ansias de jolgorio irracional, agresivo y bárbaro. Con el término “casa” me refiero a nuestro nicho cívico diario, desde el salón hasta el barrio o la empresa. Ahí no saltaríamos por la terraza, no gritaríamos como salvajes, no ensuciaríamos el suelo, no empujaríamos al vecino…
Para aplicar esta regla tenemos que ir en muchas ocasiones a contracorriente. El grupo ejerce mucha presión. Y es más cómodo dejarse llevar por lo que todo el mundo hace. Pero no queda otro remedio, si queremos crear espacios de convivencia sanos y alegres para todos. La otra vía ya la conocemos: la sanción económica, directa o indirecta.
Los ayuntamientos pueden endurecer ciertas normas a la hora de utilizar espacios públicos. Lo mismo ocurre con los espacios privados, como hoteles y restaurantes. Imaginen que nada más llegar a un hotel pagamos una tasa cívica al registrarnos, para cubrir posibles gastos de reparación de mobiliario público o privado. Pagarían justos por pecadores, evidentemente. Hay muchas formas de sancionar que a todos se nos ocurren. Pero todas ellas requieren un esfuerzo y unos gastos irracionales desde el punto de vista ético.
Hay otras medidas complementarias que podrían ser también eficaces. Una de ellas es poner en cuestión el rol asumido nada más recalar en el lugar de ocio. Cuando llegas a una ciudad, ya tienes las mismas obligaciones que un ciudadano del lugar. Habría que firmar un compromiso con las normas básicas de convivencia. Y se firmaría delante de varios vecinos, cara a cara. Con ese sencillo acto protocolario el turista saldría de su burbuja temporal y vería todo de otra manera.
La masificación de los centros turísticos presenta grandes problemas. La solución no puede ser solo cuantitativa. Las ciudades pueden asumir grandes cantidades de viajeros. Para no tener que limitar el número de una forma drástica, necesitamos promover un turismo de calidad cívica. Y eso hay que premiarlo. Aquellos turistas que contribuyen al bienestar de los vecinos del lugar deberían recibir algún tipo de reconocimiento. Recuerden que en el fútbol base andaluz, por poner un ejemplo, hay tarjetas verdes para premiar la deportividad...