Te beso y te succiono los pezones
en un intento fiel y apasionado
de acercarme hasta tu carne.
Quiero sentir mis labios en tu cuerpo
y recorrer tus senderos con mi lengua,
quiero bajar por el valle del silencio
bordeando las riberas
de tus senos sugerentes.
Ellos dirán si el precio a pagar
es el correcto
y si el manjar apetecido y delicioso
está a punto y bien servido
para obtener la pasión y la lujuria
a través de los sentidos.
Mis labios dictarán el premio que reclaman,
pues precisan de ese roce de mis besos,
de ese muerdo tan sutil y tan preciso
que acelere los ardores de tus venas.
Y es tu sangre la que, entonces,
pedirá y reclamará
que la bese sin descanso,
que prolongue este tormento
con el beso y la caricia, de tus senos.
Yo pretendo continuar el recorrido
y avanzar en el desierto encadenado
de tu sexo,
donde gritan las pasiones muy febriles
y también donde, el deseo,
ve la luz entre tus muslos.
Y es allí donde se encuentran los sedientos,
donde llegan a embriagarse
y saciarse con tu agua,
donde buscan ese néctar delicioso
que se escapa de la fuente de tu nombre.
Y ellos gritan mil susurros
intentando conquistarte,
sin saber que tú no existes,
pues estás en mi presencia emergiendo
de otro lienzo con mis besos de cristal
entre tus labios.
Yo perfilo tu figura con mis besos
y despojo de tu cuerpo los vestidos
y la ropa,
y te digo que me mires,
(y te miro en un instante),
para amarte y alcanzar el paraíso,
los dos juntos,
en un mundo de utopía e ilusiones,
donde sobran las palabras.
Rafael Sánchez Ortega ©
31/12/13