Tío Miguel, te fuiste despacito, día a día, y en silencio, como siempre. Discreto o ensimismado en tus cosas, como siempre hacías… Tu enfermedad fue dejando tu mente en blanco, articulando e institucionalizando poco a poco tu silencio…
Siempre fuiste discreto, señor y silencioso… y alguien dijo que morimos como hemos vivido. Buen amigo de tus amigos, despertabas admiración por tu tesón, tu silencio o por tu sonrisa, nunca demasiado explícita. Pero eras tú, sin duda, cuando cantabas en voz baja, liderando también discretamente el coro que, junto a tu mujer, organizásteis hace ya muchos años. Aún recuerdo cuando tocabas el piano, allí en nuestra antigua casa en la zona alta de Barcelona. Como tatareabas las canciones y nos dabas el tono para empezar a cantar, por cuerdas. Tu tenor y afinado, como siempre…
Tus cálculos mentales en silencio, tus muecas cuando estabas concentrado en tus cosas. Tu disimulado mal genio, a ratos, cuando las cosas no salían como tú creías. Pero, cerca, esa sonrisa que exponía una funda dorada en tu dentadura. Tu seriedad, rigurosidad y tus estrictos modales. Y más tarde, esa ternura -que tardó en salir- que hasta hace poco derrochabas con tus queridos nietos y nietas. Esa expresión a ratos dura, siempre señorial, de alguien que es bueno de corazón y tal vez por eso se esconde tras una cierta seriedad, aunque en algún momento risueña.
Y el corazón es lo que se queda aquí, entre nosotros, ya para siempre, afortunadamente. Ya sabes que muere el cuerpo, pero no tu Alma, que divagará para siempre entre las personas que te quisimos. Y te veremos en la transparente mirada de tu mujer -con quien compartiste lo mejor de tu vida- y de tus hijos, especialmente los que más se te parecen. Ellos, en su carrera profesional, me recuerdan a ti y a tu trabajo. Constantes, discretos, pero con esa ironía camuflada en un mundo serio y exigente como es el nuestro.
No es el final, es el principio. No te vas, te quedas entre nosotros, en silencio. No estás serio, ya sonries porque llegaste a donde querías. Sin más, como merecías.
Aquí y para siempre, todos aquellos que formaron tu enorme familia, en la que siempre me sentí uno más, aunque yo fuera un simple hijo pródigo –o mejor, postizo- llegado algo tarde a tu vida!
Adiós tio Miguel, tocayo, hasta siempre… y gracias por haber llenado de notas musicales y silencios muchos de los momentos de nuestra vida.
Miguel
Barcelona, 29 de junio del 2013