Evaristo Campo Pereiras
Es muy difícil ser capaz de definir qué es la felicidad. La felicidad es la actitud para ser felices, y así podríamos continuar con una serie de entrecruzados redundantes, sin llegar a un resultado final, fiable o contundente. No seré “único” si afirmo que muchas veces asociamos “felicidad
Quién sabe si por su rojizo cabello torero, Ricard era capaz de convertir cualquier adversidad en cosa llevadera. Sus obstáculos siempre acababan siendo pequeñas muestras de arena dentro de un universo de bondad y buen humor, que jamás nadie podrá llegar, siquiera, a soñar. Fuere ante un buen plato, escribiendo o paseando por el puerto de su Arenys querido, Ricard siempre era un manantial referente en humanidad y bonhomía.
Era un señor feudal detentador de aprecios. Sus feudos no eran tales, sino el cariño del más variopinto grupo de gentes. Mataró, Arenys de Mar, Argentona... son muchos los pueblos que debieran levantarle un monumento, ni tan si quiera fuere en el recuerdo, pero muy especialmente, eso honor le corresponde a Bustofrío. Esta pequeña aldea lucense, donde el padre del autor (D. Evaristo Campo Pereiras, insigne escritor) vio la luz, ha pasado a la inmortalidad por las hojas de “Pentágona de un Lucense”, libro de su padre adecuado por el bueno de Ricard, con meticulosidad y gran respeto por la obra, sublime en muchos aspectos, de su difunto progenitor.
A él le gustaba hacer de Marco Polo, yendo a los diferentes lugares de España en busca de los mayores caprichos para el gourmet (fueren sobaos cántabros o quesos de la rica Torre de l´Espanyol). Antiguo marino mercante, su experiencia "de mundo" era proverbial, al igual que la cantidad de máximas y aforismos que era capaz de recordar, y a la vez, compartir con quien quisiera ser instruido con afecto.
Ricard era también un hombre que no se dejaba achantar ante cualquier adversidad. Su última enfermedad la aceptó siempre como un guerrero, no privándose de mucho, ni preocupándose por nada, cara al exterior (siendo solidario al individualizar el dolor y la preocupación, dando sólo cariño y “buen rollo” a todos los que eramos de su entorno).
Que mi inolvidable mentor estará bien cómodo en la mejorsuitedel “barbas sagrado” está tan claro, como correlacionado, a la existencia de deidad alguna.
¿¡¿Qué difícil es intentar escribir, sacar un punto de vista optimista (como tú siempre me recomendabas) cuando te has ido tan pronto, dejándome sin tus enseñanzas!?!
Recuerda que te eche en cara, cuando te vea, llegado el momento, ¡que te fuiste dejando tantos momentos pendientes! En eso, Ricardito, no me has sido, como en todo lo demás, Maestro.
A la memoria de Ricard Campos Felimón, por siempre amigo, mentor y compañero de excelentes momentos.