Sigues siendo tan indiferente y egoísta como siempre. Sigues con esa mirada perdida en el vacío; más intensa ahora que nunca. Pero yo te quiero, cariño. Para mí siempre serás mi Dulce Fresita.
¿Te acuerdas? No te gusta que te llame «dulce bomboncito». Los odias porque engordan, y tú quieres estar tan esbelta como cuando tenías dieciocho años y nos conocimos. Yo encantado, pero tienes que comprender que el cuerpo cambia, y que a mí me da igual, porque, repito, te quiero. Y por eso te perdono. Por eso me alegro de tenerte aquí a pesar de todo lo demás. Soy capaz de soportarlo, te lo aseguro. Lo que no habría soportado, sin embargo, habría sido dejarte salir por la puerta sin más.
Se me hace extraño contemplarte, hablarte, tocarte, sin obtener respuesta por tu parte.