La señora de los finos labios pintados sube al tren casi sin aliento. Le ha faltado poco para perderlo y se sienta aliviada comprobando que llegará a tiempo.
Su hijo ya está trabajando y su nuera se marchará en cuanto ella llegue para hacerse cargo de los niños.
Quién le iba a decir a ella, ama de casa de profesión, que después de tantos años levantándose tranquilamente a las diez de la mañana tendría que volver a madrugar, cumplir con un horario y conocer, a su edad, la hora punta del cercanías de Madrid.
Pero lo hace de buena gana porque la pagan en especie.
Ameniza el trayecto haciendo ganchillo, pensando en qué trastada le prepararán hoy o con qué ocurrencia la sorprenderán. Y recuerda orgullosa cuando ayer el pequeño se despidió con un conmovedor "quero mucho bela" a lo que ella casi sin palabras solo pudo contestar lo que le salió del corazón de abuela "¡y yo a ti te quiero una arroba!".