Es común hablar de la ineptitud e incultura de los jóvenes actuales, sin embargo, son muy pocos quienes piensan en sus causas. Los “referentes” que los infantes imberbes tienen dejan mucho que desear, desde un punto de vista, no sin poca pretensión, intelectualmente objetivo. B.E., reina de los programas del corazón (y recaudadora de fondos por lo que Telecinco ha podido adquirir los derechos televisivos del próximo Mundial de Sudáfrica), Cayetano y Francisquín, la pobre Duquesa, Carmeles y Güizas... son doblemente más conocidos que Bernanke, Ontiveros, Mas Colell, García de Enterría o Tomás y Valiente. Son “pocos” los que no quisieran cambiar su sitio en la vida por el de Dinio, el de Guti o el de no se quién de los Jurado, el culto al “mínimo esfuerzo”, al parasitismo, a la chulería inculta y al desprecio por las artes de la razón sienta cátedra dentro de nuestro espectro televisivo. ¿Por dónde acabar con esta sangría? ¿Puede la autoridad pública mantenerse mucho tiempo ajena a este fenómeno?
Recientemente, las reformas y re-estructuraciones llevadas a cabo en Radiotelevisión Española (RTVE) han sido muy criticadas. Obviando lo poco “ético” de colocar en su más alto cargo a un octagenario, se ha criticado la obligación impuesta a empresas como Telefónica de tener que “pagar”, en parte, la programación de RTVE ("sistema francés" de gravar a los operadores de telecomunicaciones con un impuesto al efecto), el hecho de haber quitado totalmente los anuncios, o, últimamente, el de vender los derechos televisivos de diferentes acontecimientos y/o programas y franquicias. ¿Qué sentido tiene retransmitir Formula 1 en una cadena pública como TV3, cuando hoy en día existen los duales para poder hacerlo en diferentes idiomas? Ciertamente, el modelo “BBC” tiende a imponerse en la televisión pública española, por más que, en no pocos sentidos, tenga grandes lacras.
Más allá del capital, creo que pública y privada se diferencian, o debieran hacerlo, en “finalidad”. Es evidente que el juego de la “oferta-demanda” está mucho más presente en aquellas cadenas que soportan el riesgo de ser una empresa privada; sin embargo, no es menos cierto que la televisión pública más que una empresa es un “medio”, una vía en la que se invierten impuestos de los ciudadanos con una finalidad. Desde una perspectiva externa, no parece moralmente aceptable que determinados programas sean dados por TVE o las autonómicas. Las actuales reformas en RTVE tienden a ello, y de ahí que coincida con esta necesidad de innovación y, ante todo, “adecuación” de la parrilla televisiva a unas finalidades y a unas pautas. La televisión pública debe centrarse en información, documentales, programas educativos, debates, retransmisiones de plenos parlamentarios, entrevistas con personalidades... Es la mejor herramienta que tiene el poder público para poder “influenciar”, ante todo, en los jóvenes. Por influenciar no me estoy refiriendo a “lavados de celebro” ni condicionamientos psicológicos (al más puro estilo huxleiano). La televisión pública debe promover la inserción de valores y conocimientos, siendo, en cualquier caso, una herramienta a servicio de la pluralidad y la libertad (con el límite de la buena fe y el orden público, en terminología algo “civilista”).
¿Qué hay del equilibrio libertad de empresa - control público en lo que se refiere a las cadenas privadas? Creo que el equilibrio tiene un límite, previamente citado. La “imposición” de los valores racionalistas ilustrados es necesario en orden a poder fomentar la diversidad y el librepensamiento. Las ideologías que se fundan en dogmas sólo manipulan, estrechando, los ya de por sí escasos, callejones de la reflexión. No podemos tolerar que personajes de poca calificación moral, menos aún intelectual, ocupen la cuasi totalidad de los horarios de máxima audiencia. No puede haber un programa como “Corazón Corazón” cada día en una cadena pú
Falta una idea motora que centre el progreso en el esfuerzo, que premie las ideas necesarias y la exquisitez en el comportamiento. Roma tenía el recurso del “héroe”, otorgando esta consideración, incluso, a aquellos enemigos que en algo les había servido de ejemplo: caso típico de Aníbal. Quizá debiéramos plantearnos qué sentido, y cuánto mal nos hace, que la “aristocracia del corazón” inunde horas, muchas veces infantiles, que podrían invertirse en herramientas para el progreso ¿estos son los modelos para nuestro jóvenes? Deben controlarse las privadas, al menos con mayor contundencia, pero las públicas deben ser controladas, ante todo, por el ciudadano. La televisión pública vive de nuestros impuestos, que cumpla una función pública educativa e informativa ¡y deje el mercado de las audiencias para quienes son empresas que participan de un mercado (en cualquier caso, regulado)!