Ayer, siguiendo con palabras del gran Miguel Hernández murieron como del rayo o supe de su muerte dos personas muy queridas, la primera fue Encarna Callejón, antigua alumna, excelente persona, educada, simpática, sencilla, profesora de Arte, amante de su trabajo, querida, entregada, valorada, tanto que ya tiene una zona dedicada a ella en el instituto madrileño en que se donaba a sus alumnos, haciendo de su vocación parte importantísima de su vida, plena, cordial deja orfandad en sus hijos, en su familia, en sus amigos, en cuantos la conocimos. A los maestros nos duelen mucho los alumnos; porque los queremos y por tanto forman parte de nuestra existencia y es duro decir adiós a una persona joven, que además para ti sigue siendo, en parte el niño, la niña que conociste, pequeño, indefenso, inocente... Un poco después, cuando llego a casa y abro el ordenador para trabajar en un artículo sobre D. Antonio Machado, la sangre se me hiela, ahora no es el frío de este febrero borrascoso, envuelto en olas, vientos huracanados y frío, no, ahora es el vacío de un amigo al que le pensaba escribir y ya no puedo: Domingo Faílde, se nos ha ido definitivamente. La noticia salta terca y pertinaz a la pantalla.
Finísimo andaluz, hombre amable, amigo de sus amigos, ingenioso, de palabra amable, generoso...Comprometido políticamente y coherente con sus ideas, esto es hoy una rara avis, desgraciadamente.
Y un gran poeta que vivía en plenitud, en plenitud porque apuró la vida y en plenitud porque aún era joven y tenía mucho por hacer.
Su obra abundante y cabal obtuvo múltiples reconocimientos, y desde pronto es uno de los poetas de referencia de su generación.
Me honró con su amistad desde 1990 y ahora me duele el adiós, tanto que prefiero decirte hasta siempre; porque sigues vivo en tu poesía y en nuestro recuerdo y porque has pasado ya, y por la puerta grande, a la historia viva de la literatura, esa literatura que siempre se conjuga en presente.
Larga paz, amigo.
Pura López