Tengo un puto hobby

Publicado el 07 marzo 2010 por Sergiodelmolino

Un muy buen amigo, al volver de un viaje en moto, me dijo: “Es acojonante: he descubierto que tengo una puta afición. Mi afición es ir en moto”.

Lo dijo con terror, pálido, encorvado, siendo sombra de sí mismo.

En ese momento no le entendí, pero esta tarde, como en una epifanía, su verdad me ha sido revelada.

Estaba preparando una cena para unos amigos. Me había puesto música en la cocina, el iPod en modo aleatorio, gozando al adivinar las canciones al segundo acorde. Tenía en mis manos un cuchillo cebollero muy afilado que hace papilla cualquier cosa que acaricia su filo con un leve movimiento de muñeca.

Un momento profundamente grato.

He terminado de picar un puerro y, al limpiar la tabla de madera, lo he sentido.

Me he sentido orgulloso de mi puta tabla de madera. He pensado: “Joder, qué tabla más cojonuda tengo, qué bien se pica en ella, tengo que darle otra capa de aceite de oliva, que se está desgastando un poco”. Y también: “Hay que ver qué cuchillo más estupendo. Con él haría puré los higadillos de mi peor enemigo, y mi peor enemigo me agradecería ser desmenuzado con un arma tan maravillosa”.

Y entonces lo he entendido.

He estado por llamar a mi amigo y decirle: “Tío, es terrible, tengo una puta afición”.

La cocina.

La fucking cocina.

Tengo un hobby. Con todos los elementos del hobby: inútil, asocial, fetichista y profundamente competitivo. Me dan ganas de exhibir mi tabla y mi cuchillo y de batirme el cobre con otros tipos con tabla y cuchillo. Tipos que jamás -condición indispensable de todo hobby- serán mis amigos, pues compiten conmigo. Son rivales, compañeros de afición, individuos que viven colectivamente su mísera soledad, personas con las que es imposible entablar una relación más allá del intercambio de marcas de cazuelas o de frases hechas sobre las brasas de los sarmientos.

Es espantoso. Yo creía que estas cosas no eran para mí. Que los tíos como yo no teníamos aficiones. Eso era propio de pequeñoburgueses suburbanos, de aburridos white collar con instintos reprimidos de serial killer y alma de karaoke. De muermos que imitan a Chiquito y le dicen a su cuñado: “¿Sabías que el inglés no es el idioma más hablado del mundo? No, es el chino mandarín”.

Y su cuñado, que se considera un poco mejor persona, no le parte la cara, que sería la respuesta natural de un ser humano civilizado.

El chino mandarín. Hay que joderse.

Pues ya está, me he convertido en el tipo que da lecciones a su cuñado. En el tipo que habla del chino mandarín. El que acto seguido dice: “Como todos los chinos se pongan de acuerdo y den un salto al mismo tiempo, desplazan la Tierra de su órbita”.

Me he convertido en ese pequeñoburgués suburbano que compra cerveza de oferta. Pero sin ser suburbano ni comprar cerveza de oferta.

En ese personaje al que nadie quiere, al que se le acaba poniendo cara de besugo de tanto hablar solo.

Tengo todos los síntomas: disfruto cocinando, pero sin apasionarme y sin considerar ni de lejos que eso pueda convertirse en mi modo de vida. Es decir: el grado justo para que se considere una afición. Intento perfeccionarme, experimentar, jugar, disfrutar, alardear de mis hallazgos… Pero me quedo ahí. Mi afán competitivo no va más allá de mi mero goce.

¿Cómo he llegado a esta situación? ¿Cómo podré mirar a mi hijo a la cara? Qué espanto, queridos. Me he transformado en la clase de persona que no soporto.

¿Cómo hago ahora para aguantarme a mí mismo? ¿Me trasplanto? ¿Me reeduco?

Ahora entiendo el horror que sentía mi amigo: ahora entiendo que estoy acabado.