Pensar el concepto de límite no es nada fácil. Recurrimos a imágenes, a metáforas, para poder representarlo en nuestras mentes. Acudimos a la línea, al surco, la valla o el muro. Hablamos de bordes para separar espacios. Pero por muy fina que sea la línea, sabemos que todo borde, en apariencia sólido y continuo, se difumina, se convierte en un trazo de spray. Pensar implica siempre pensar sobre límites. Definir, identificar, diferenciar, clasificar, asociar, oponer y comparar son tareas que remiten al concepto límite, de linde. Hasta aquí llega algo, y aquí comienza algo diferente. El pensamiento crítico, la vanguardia, consiste poner en cuestión esas demarcaciones. Las lindes son líneas, imaginarias o reales, que separan terrenos. El límite es un término o línea que separa unas heredades de otras, dice la RAE. Las lindes están relacionadas, pues, con lo heredado, lo que viene de atrás en el tiempo. En las artes, las ciencias y la moral ocurre algo similar. Hay líneas heredadas que delimitan ciertos espacios. Lo llamamos tradición. Y como pasa con las tierras de labranza, ya sea por apurar o acaparar, ya sea por decreto ministerial, para expropiar, recalificar o concentrar, toda linde es móvil y está expuesta a los accidentes del tiempo. Sendero entre dos campos, dice Corominas. Comparado con Joseph Beuys, Picasso puede parecernos hoy casi un artista conservador, incluso razonable… La línea que utilizamos para realizar nuestros juicios estéticos se va desplazando con el tiempo. Lo extravagante de hoy puede ser mañana un ejemplo de arte ortodoxo, cuando los futuros vanguardistas nos propongan obras que hoy ni se nos pasan por la cabeza. Desde el presente solo vemos esas lindes como si fuesen naturales y siempre hubiesen estado ahí. No es de extrañar que sea tan sano estudiar la historia del arte, de la literatura, de la ciencia o de la ética. En arte, ética y política los límites quizás tengan que ver más con la sensibilidad que con la razón. Si con la razón apelamos a principios generales, que nos sirven para definir y clasificar, con la sensibilidad nos orientamos en las zonas borrosas que toda frontera contiene. En lo general casi todos estamos de acuerdo. Sin embargo, el mismo hecho que ayer no nos ofendía hoy nos indigna, nos hace daño, aunque nuestros principios éticos y políticos sean los mismos. Las lindes son movedizas porque la educación de nuestra sensibilidad nos hace deambular por ese espacio difuso que separa el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo tolerable de lo intolerable. A veces nos somos conscientes de ese desplazamiento. Esa educación de la sensibilidad se lleva a cabo en los contextos de socialización. Y hoy sabemos que son los medios de comunicación los que han absorbido al resto de los agentes. La percepción subjetiva de lo correcto y lo incorrecto se nutre de la percepción social global, de la opinión pública. Todo influye: relatos, símbolos, titulares, películas, premios, exposiciones, anuncios, chistes, documentales, canciones, marcas, logotipos, ofertas, campañas, sermones, discursos… El arte transgresor de otros tiempos nos parece hoy un juego domesticado y amable. Aquellas técnicas y estilos son hoy parte de los manuales, constituyen el canon. O al menos las incluimos bajo el concepto de obras artísticas. Siempre ha habido transgresores en las artes. La creatividad supone poner un pie al otro lado de la línea y ver qué pasa. Pero para ser transgresor hay que conocer el desplazamiento de esas lindes y saber identificarlas. La osadía puede indignar a los que no perciben esa flexibilidad de los géneros, las valoraciones y las clasificaciones. En política se habla de clases sociales, naciones, derechos, deberes… También se habla de “líneas rojas” en las negociaciones. En los pactos para formar gobierno y en las directrices de política internacional sobre derechos humanos esas lindes se desplazan constantemente. Los umbrales de la pobreza, los límites de la sostenibilidad del planeta… Los intereses de los participantes cambian según los contextos económicos y políticos. Entonces la percepción de lo asumible se transforma. Recordemos las valoraciones iniciales de las nuevas tecnologías. Las lindes que separaban lo razonable de los catastrófico o inhumano se presentaban tan nítidas y sólidas que hoy nos ruborizamos al pensar en nuestros reparos a usar un teléfono móvil, hacer una transferencia por internet, utilizar células madre… Esta teoría de las lindes movedizas asegura que jamás podremos predecir límite fijo alguno en ningún campo de la actividad humana. Y sostiene que hacer valoraciones sobre el futuro antes de que la linde se desplace carece de sentido. Es como preguntarse por el tiempo antes del Big Bang, o sobre qué hay fuera de nuestro universo… Esta teoría también sostiene que toda valoración la realizamos desde nuestro presente, nuestro momento histórico. Y que no nos queda más remedio que decidir y resolver los problemas que nos preocupan con los criterios movedizos que poseemos.
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