Teotihuacán, la Virgen de Guadalupe, La Ópera

Publicado el 30 mayo 2015 por Ptolomeo1

En lengua náhuatl, Teotihuacán significa Ciudad de los dioses y el nombre se atribuye a los mexicas, ya que las culturas previas que habitaron el lugar resultan desconocidas. Este magnífico conjunto de ruinas arqueológicas ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por U.N.E.S.C.O. en el año 1987; hasta el siglo VII de nuestra era, Teotihuacán fue un centro político y comercial cuya influencia se extendió por Mesoamérica y llegó a tener cerca de 200.000 habitantes.

Los edificios aún se conservan y concitan el asombro de los visitantes: la Ciudadela, el Templo de la Serpiente Emplumada y la Calzada de los Muertos, rodean el Palacio de Quetzalpapálotl y las magníficas Pirámides del Sol y de la Luna; las dos últimas poseen escaleras que permiten el ascenso para contemplar desde lo alto la vista del complejo, siempre que la condición física permita afrontar el esfuerzo.

La Pirámide del Sol posee una estructura construída en cinco fases y una vez superada la prueba de los 243 escalones se arriba a la cima, diseñada en base al eje donde se produce la puesta de sol cada tarde. La vista resulta impresionante, permite dimensionar el poderío de la antigua civilización y comprender el significado de su denominación; una vez emprendido el descenso la simetría de la Calzada de los Muertos abre el paso para el recorrido hasta la Pirámide de la Luna.

Ese día un círculo perfecto con los colores del arco iris rodeaba al sol como un halo brillante; observado desde la Pirámide del Sol el efecto era sobrecogedor. Las explicaciones científicas acerca del fenómeno no lograron conmover un ápice mi conclusión: los antiguos dioses se expresaban una vez más en el mágico entorno de Teotihuacán.

La Virgen de Guadalupe

El cerro de Tepeyac estaba situado en el camino que Juan Diego debía recorrer para asistir a la misa que le imponía la religión de los conquistadores. Corría el año 1531 cuando divisó en la cumbre a una mujer de extraordinaria belleza que se identificó como la Virgen María, le hizo saber de su amor inconmensurable y le encomendó que fuera a ver al obispo, quien debía emprender la construcción de un templo en su santo nombre.

Ante la falta de fe de los religiosos la Virgen sanó a Bernardino, tío de Juan Diego que se encontraba al borde de la muerte, a quien se le apareció como “la siempre Virgen Santa María de Guadalupe”; luego indicó al sobrino que subiera al cerro a cortar rosas y se las llevara al obispo. Para obedecerla y recoger la mayor cantidad de flores posible, Juan Diego empleó su tilma, especie de delantal largo utilizado por los hombres de la época en la que quedó impresa la imagen de la Virgen y desplegada ante el asombro de los sacerdotes, que edificaron una ermita en el lugar señalado por Juan Diego.

La Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe es un santuario edificado en honor de la Patrona de México, hoy superado en visitas sólo por la Basílica de San Pedro: cerca de 10.000.000 de fieles confluyen el día 12 de diciembre para rendir homenaje y dar gracias a la Virgen de Guadalupe. El conjunto religioso erigido en torno al cerro Tepeyac es pródigo en construcciones y cada una con un encanto diferente conforman un enclave en el que se respira devoción y paz.

Bajo los cimientos de la Capilla de Indios se ubican las antiguas ermitas que se emplazaron en el lugar señalado por Juan Diego, quien residió hasta su muerte como encargado del primer templo y allí fue enterrado; la denominación se debe a que se encontraba reservada para el culto a la Virgen que rendía la población indígena. La Capilla del Pocito, situada a pocos metros, fue edificada sobre un pozo de aguas consideradas milagrosas; antes de ser ejecutado el rebelde José María Morelos cumplió su última voluntad y se encomendó a la Virgen en la Capilla del Pocito.

Vale la pena subir las escaleras que conducen a la Capilla del Cerrito, que conmemora el lugar donde se produjo la primera de las apariciones de la Virgen de Guadalupe y el milagro de las flores frescas vinculadas a su imagen. Precedida por cuatro estatuas de los arcángeles Miguel, Rafael, Uriel y Gabriel, este pequeño templo aloja actualmente a las hermanas carmelitas, que desde su vida de clausura se abocan al cuidado de la capilla y a la oración. Al descender se contempla el hermoso jardín de rosas dedicado a la Virgen y girando hacia la izquierda se emplaza la imagen de Guadalupe y de los ofrendantes, un conjunto escultórico de 17 figuras que resalta en la ladera del Tepeyac.

La antigua Basílica se encuentra en reparación debido al hundimiento parcial del edificio por daños estructurales y del terreno; de hecho, se observa completamente ladeada a simple vista con una marcada inclinación lateral. Ante la inestabilidad derivada de las condiciones arquitectónicas con más la creciente y continua afluencia de peregrinos y visitantes, en el año 1976 se inauguró el nuevo edificio destinado a albergar la imagen de la Virgen, un hermoso enclave circular y libre de apoyos que permite apreciar el tejido en que quedó impresa desde todos los ángulos. Para aproximarse aún más se ha previsto una pasarela con cintas transportadoras similares a las que se encuentran en los aeropuertos, desde la que se pueden obtener fotografías.

La hermosa joven de rasgos mexicanos que se puede observar en el lienzo está circundada por rayos de sol y su preñez resulta evidente; se apoya sobre una luna negra que representa el mal sostenida por un ángel con alas de águila. En el año 1921 la imagen se encontraba en la antigua Basílica protegida por un cristal, cuando detonó una bomba colocada a sus pies; el crucifijo de bronce y los candelabros se torcieron por la explosión, la Virgen no sufrió daño alguno y el vidrio que la protegía ni siquiera se astilló.

La Ópera

Las hermanas de origen francés Boulangeot llevaron los secretos de la pastelería de su país a México, y en el año 1876 instalaron un comercio en el que vendían delicias dulces a la sociedad de la época. Para 1895 La Ópera abrió sus puertas como cantina y la clientela hizo gala de su fidelidad convirtiendo al restaurante en un clásico de la ciudad.

Los tiempos fueron cambiando y la clase alta que lo frecuentaba dejó su lugar en épocas revolucionarias a los sombrerudos y calzonudos, seguidores de Emiliano Zapata y Pancho Villa respectivamente. El carácter de este último se hizo sentir en La Ópera, donde aún se puede apreciar el orificio que dejó el tiro en el techo disparado por el temperamental mexicano.

En estas épocas menos intensas, el interior del bar La Ópera cobija en sus reservados confortables y en las mesas ubicadas bajo sus techos de madera artesonada a los comensales deseosos de probar alguna de sus especialidades. Pulpo a la gallega, lengua veracruzana, caracoles en salsa chipotle o simplemente unos tacos rellenos con vegetales y queso acompañados de cerveza o limonada, resultan algunas de las opciones para los visitantes de este tradicional reducto gastronómico de Ciudad de Mexico.