Existen dos corrientes fundamentales, para no complicarnos, relacionadas con la profecía que ha de cumplirse en breve. Por un lado, la que se preocupa por catástrofes que afectan al mundo físico, tales como terremotos a escala global, vulcanismo, inundaciones, modificaciones en el campo magnético terrestre, aproximación de un planeta desconocido, etc., y cuyo nacimiento se sitúa en 1966, con la publicación de The Maya, de Michael D. Coe, un arqueólogo que en sus ratos libres hacía recados para la CIA en China Taiwán, Sri Lanka y Tailandia.
Y por otro lado, la corriente que afirma la inminencia de una transformación de la conciencia humana a escala global, lo cual supondría la iluminación espiritual y el acceso a la sabiduría perenne, y con ella el conocimiento para usar ciertas energías universales en beneficio del ser humano, ocultada hasta ahora por los poderes fácticos con el fin de impedir la evolución y mantener sometidas a las masas.
Obviaremos la primera porque, tras la destrucción del mundo, hay poco de lo que hablar. La segunda versión es más joven y molona, por lo que, como toda criaturita hermosa, se ha visto agasajada con incontables aportaciones de lo más diverso, hasta el punto de que ya no hay quien sea capaz de contemplar nítidamente su rostro entre tanto gusiluz etéreo que la abraza y susurra hasta el empacho amorosas nanas destinadas a cualquiera que tenga un rato para canalizar.
Al menos, sabemos que en el fondo de la cuna duerme la experiencia psicotrópica que Terence McKenna emprendió allá por los años 70, tras una expedición al Amazonas en busca de los jívaros pero que las circunstancias obligaron a sustituir por largas sesiones con hongos alucinógenos, lo cual le hizo comprender que la psicodelia era el camino más corto hacia el cambio de era que la contracultura pregonaba/pregona/pregonará como superación inevitable del actual orden establecido.
Y sin embargo, pese a ser uno de los padres fundadores de este asunto del cambio de conciencia, qué rápido se olvidaron sus teorías en favor de otras más acogedoras y rentables. Pero, ateniéndonos exclusivamente al circo mediático que se gana la vida con estas cosas, quizás sean las ideas de McKenna las que a día de hoy han sabido ajustarse mejor a los tiempos que vivimos, extravagancias incluidas…
Más allá del simulacro
Frente a las drogas sintéticas estudiadas por intelectuales como Aldous Huxley o Timothy Leary, McKenna prefería el uso de la triptamina en estado natural (DMT, ayahuasca, psilocibina). Al ser una sustancia ya presente en el funcionamiento del cerebro, consideraba que el aumento de su flujo era un medio natural para abrirse a una realidad más allá del ego.
A este respecto, siempre criticó el uso indiscriminado que se hizo de los químicos en experiencias colectivas a la caza de una iluminación exprés a la manera “uá cómo mola…”, estilo que, según dicen que cuentan, permitiría que el LSD saliera de los laboratorios Sandoz camino de Woodstock previa estancia de algunos años en edificios de la Agencia Central de Inteligencia.
Al contrario, la experiencia psicodélica, para ser trascendente, tiene que conocer el terror. En La nueva conciencia psicodélica, libro que reúne varias entrevistas y conferencias de McKenna a lo largo de los años 80 y 90, éste dice:
No quiero decir que haya algo intrínsecamente bueno en el terror. Digo que, dada la situación, si uno no se aterroriza es porque está un poco fuera de contacto con la dinámica total de lo que pasa. No sentirse aterrorizado significa que uno es un loco o que ha tomado un compuesto que paraliza la habilidad de estar aterrorizado. No tengo nada en contra del hedonismo y ciertamente yo saco algo de ello. Pero la experiencia debe movernos el corazón y sólo moverá el corazón si trata con la realidad de la vida y la muerte. Si se trata de vida y muerte nos moverá a sentir miedo, a llorar y a reír. Estos son lugares profundamente extraños y ajenos.
Esta vivencia del miedo subyace a todos los procesos iniciáticos desde la más remota antigüedad y denota que, si bien McKenna no tuvo fortuna con los jívaros en un primer momento, al menos comprendió su punto de vista.
El contacto con esa dimensión se produce, por tanto, tras un cambio en la química interior del cerebro, algo que puede ser inducido por consumo de psicotrópicos o por una situación natural de estrés. Incluso por una disposición innata a tales estados, como sugieren las historias sobre brujas y seres feéricos que habitan en las leyendas populares. Al hilo de estas historias, subyace la teoría de que una posibilidad tal de revelación directa ha sido continuamente obstaculizada por los poderes occidentales durante los últimos mil años y puede que algunos cientos más, de forma que la tradición sólo pervive en las culturas periféricas a la europea, con los grupos chamánicos de Siberia como referente más próximo.
En la realidad que se abre tras uno de esos cambios químicos, estarían las entidades dispuestas a enseñar a quienes se adentran en tales mundos:
Una de las cosas que los psicodélicos hacen aflorar, que enloquecería a cualquier físico, es la curiosa cualidad literaria visible en la superficie de la existencia. Nos reconocemos como caracteres de una novela, siendo empujados y victimizados por varias clases de fuerzas coincidentes que dan forma a nuestra vida. Este es el factor de reconocimiento del factor sincrónico. Es como si uno atrapara la mente en el acto de conformar la realidad.
Una dimensión paralela poblada por inteligencias extraterrenas: “entelequias organizadas con información que no parecía provenir de la historia personal del individuo, ni siquiera de la experiencia humana colectiva”. Esto nos lleva a las consecuencias de superar el simulacro de la realidad social y cultural impuestas y, por tanto, enfrentar “lo Real” como vivencia absolutamente personal.
Podríamos vivir en el sistema social y religioso de la Grecia helenística y ofrecer sacrificios a Deméter, o podemos vivir en la América del siglo veinte y mirar los noticiarios televisivos de la tarde, pero jamás vamos a estar seguros de saber la verdad sobre la realidad. Existen simples contextos históricos que sólo pueden ser trascendidos por la adquisición de gnosis, conocimiento que se experimenta como una certeza autoevidente.
Según tales planteaminetos, los psicodélicos son ilegales porque arrojan dudas sobre la realidad y ofrecen una dinámica muy diferente al orden establecido, “catalizadores intrínsecos de disenso intelectual”. Se entra en un nivel de realidad donde queda clara la diferencia entre el ciudadano y el ser. El ciudadano es una definición en extremo limitada del potencial humano. El ser es una definición del potencial amplia que amenaza las obligaciones del ciudadano.