No sabía si resistiría aquel suplicio toda la noche. Para presumir hay que sufrir, eso lo tenía claro, pero la tirita del tanga se le clavaba hasta el alma. Eso sí, le permitía lucir su culo que continuaba estando decente a pesar de sus más de cuarenta. Eran tantos meses sin salir y antes de eso, tantas veladas insípidas. Con lo que le gustaba bailar. Estaba nerviosa, sus amigas habían preparado aquella noche a conciencia. Cena en el tailandés de moda y copas hasta el amanecer en uno de esos locales a los que van los que están entraditos en años para pillar. Eso la ponía más nerviosa aún. Su ex había sido el único amante que había tenido en toda su vida, no se veía buscando rollito con otro tío y mucho menos llevándoselo a la cama. Aun así, por si perdía el tino, había ido a la farmacia y comprado una caja de condones por primera vez en toda su vida ¡Qué transgresora! Y ahora se acordaba de sus niños. Estarían bien, su ex era un buen padre, pero no podía evitar tener sentimiento de culpa. Antes hubiera estado encantada de disfrutar de una noche de asueto, pero después de la separación… El caso es poner pegas ¡joder! Por lo menos tenía que intentarlo.