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Marie era coleccionista de tesoros. Tenía un arsenal de pequeños objetos enterrados en el jardín. Siempre que encontraba uno nuevo, hacía un agujero en la tierra, y lo escondía. Procuraba que su hermana no se enterara de que había cogido alguno de sus anillos, se cuidaba muy mucho de que mamá no supiera que le sisaba las monedas de las vueltas del pan. Cuando se despertó en el hospital, por lo primero que preguntó, fue por sus tesoros del jardín. Y por ése último que había encontrado en la mesilla de noche de su padre, el mejor tesoro de la colección, ése que, tras un fuerte estruendo que sonó como bang, la había llevado a un país nuevo, donde todo era blanco y no existía el tiempo.