Revista Literatura

Testimonio

Publicado el 17 octubre 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz

Sé que la mar no me quiere.

Y sé también que ni Dios, cualquier Dios, entiende lo que escribo a veces, por lo que traduciré de inmediato ese verso inicial (o algo así, más propio en todo caso de Mateo García y su áureo Poemario incendiado que mío) con la plata gris de la prosa: sé que la humedad del mar le sienta muy mal a mis huesos artrósicos.

TESTIMONIO

Ahora bien, tampoco me voy a echar a morir simplemente porque estos huesos míos pidan tierra (menudo fuego les aguarda, ya se enterarán cuando yo no esté y se conviertan en ceniza, de ningún modo le darán la forma postrera a mi cadáver).

Como yo sí quiero a la mar, hacia ella me dirigí para amarla de cerca una vez más, quizá la última, pese a saber que no iba a regresar indemne de las vacaciones en la costa del oriente asturiano.

Además, cuando le comuniqué mi destino vacacional a un amigo, este amigo mío me recordó: "Ahí dimos clase, Ordiz".

"Que esté fastidiado de los huesos no significa que esté tan mal de la memoria como para no acordarme de eso".

"Ya, pero... Suspendiste a una chavala de COU, a una que...".

"¿A una? A más de una, como tú, y al final aprobábamos con algo que pusieran en los exámenes, algo que demostrara un esfuerzo mínimo. Pero nada, no había manera con algunos y algunas. Estábamos allí de paso, no íbamos a complicarnos más la vida de lo que ya nos la complicaba el Ministerio con un curso en un sitio y otro a saber dónde".

"Ya, ya. Pero esa de la que te hablo manda mucho en la villa después de las elecciones, y en ti es fácil fijarse por los bastones y la cojera. La conozco, Ordiz, es rencorosa, mucho, y culpa de todo lo malo a los demás, política tenía que ser. Te digo yo que como pueda vengarse...".

"Me estás tomando el pelo, claro".

"No, te estoy avisando. Cuídate de los idus de marzo, compañero".

De los idus de marzo me cuidé al llegar a la villa en el coche, hasta me pitaron por ir a veinte kilómetros por hora donde se puede ir a treinta.

-Hola, Mar.

Solo me respondieron las olas.

Todo igual por allí: sol en lo alto, brisa aromatizada por las algas y el salitre, la playa, bañistas, gente sobre la arena, sobre la arena dos o tres personas que leían libros (o se está a uno o se está a otro, caramba; eso es como copular y ver la tele al mismo tiempo), de pronto el chavalín que corre hacia una mujer y le anuncia: "Mamá, cagóse la guaja" (nueva traducción, esta vez a la inversa, de plateado a dorado: la hermana pequeña del infante había soltado aguas mayores, probablemente sin quitarse lo que cubre esas vergüenzas de los adultos, no de los pequeños, bendita sea su pureza).

Todo igual por allí y también por el puerto: el fatigado, lento regresar al amarre del pesquero de bajura (en su vientre el aligote que yo cenaría esa noche o la siguiente) cruzándose, cerca de la bocana, con el orgulloso, majestuoso navegar del velero de bandera alemana en busca del placer, del mismo lugar en el horizonte marítimo donde los pescadores habían buscado la supervivencia.

No sé si pensé entonces en lo que un hombre, uno de mis personajes, me contó una vez, también yo un personaje del relato: "Te diré lo que es la vida si quieres saberlo". "Dime, dime". "Dos coches que se cruzan, en el negro un ataúd ocupado y en el blanco una novia camino del altar".

Veinte días de julio por delante y mis huesos, cada vez más puñeteros, ya empezaban a tocarme las pelotas.

¿Tan pronto? ¿Cómo diablos os habéis enterado tan pronto?

Somos capaces de llegar a la luna, o de matar a miles de kilómetros de distancia con una precisión asombrosa, y no somos capaces de curar muchos males de nuestro cuerpo (complicado de cojones, eso sí; órganos por aquí, más órganos por allá, averías cada dos por tres, ahora el cerebro, tan limitado como enigmático y de doble filo, ahora el deficiente sistema inmunológico, la rotura ahora, la continua dependencia del alimento y del retrete, el parir con dolor y riesgo, el orgasmo que se adelanta o no llega; mayor chapuza no la conozco, la verdad, ínfima la calidad en relación con el precio, qué diseño endemoniado, para inhabilitar de por vida al creador).

Al menos nos va mejor con el alivio de los males que con su curación. Así que, entre pastilla viene y pastilla va, enciendo el portátil (para no descuidar el mundo WordPress, a quién se le ocurre empezar con un blog en mayo, mejor en septiembre, zoquete), lo conecto a la red eléctrica y, ¡hostias!, el chispazo repentino, el humo fétido, el posible incendio del bungaló, la huida...

Y detrás de mí la sombra, la amenaza de la mandamás rencorosa con sed de venganza infinita...

Ahí te quedas, mar, para ti la playa entera, para los veraneantes, a mí no me ves más de cerca, te amaré a distancia.

Pero no, no pude largarme esa misma noche: muerta la batería del Astra o algo peor, Claudia (¿No serías tú la rubia del velero que se cruzó con el barco oxidado de los pescadores supervivientes?).

(Hasta el 15 de agosto estuve pagando mi veraneo del mes anterior con un diario Voltarén Retard de 100 mg, con el protector gástrico más utilizado, Omeprazol, y con la Lyrica de 75 mg que combate el dolor neuropático)

Todo lo anterior no es un testimonio falso o exagerado: pueden dar fe una gestora procesal y un secretario judicial (desde hace unos días, por cierto, letrado de la Administración de Justicia).

TESTIMONIO

(Va por vosotros y vosotras, enfermos y enfermas, tantos, tantas, demasiados, demasiadas; por quienes tampoco os echáis a morir aunque vuestros cuerpos pidan tierra: nada de besar a la parca, de facilitarle su oficio, ¡en pie, adelante!)


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