
No soy yo muy de videojuegos, la verdad. Los únicos que han conseguido engancharme han sido los Sims y el Tetris. Los Sims han sido sustituídos por la blogosfera. Si os fijáis, es algo por el estilo: yo construyo mi casa, pero mis puertas están siempre abiertas tanto para entrar como para salir a visitar a mis vecinos. Y es igual de adictivo. El Tetris es mi vida diaria. Sobre todo, cuando mi santo está de guardia. Como ayer.Salgo del hospital a las 15.00h. Como, en casa, lo que he dejado preparado el día antes. Descanso 15 minutos. A las 16.30h, salgo para el cole a buscar a los enanos. Meriendas. El Terro tiene ensayo de música para el festival de Navidad de 17.30 a 18.00 y Susanita de 18.30 a 19.00h. Así que, mientras el enano está ensayando, yo y Susanita esperamos fuera haciendo la tarea. En la media hora de en medio, corro con los dos a una tienda de deportes cercana a comprarle a Susanita el uniforme de baile del cole (que le queda pequeño y lo necesita para la semana que viene). Mientras Susanita ensaya, hago la tarea con el Terro. A pesar de que caen fichas por todos los lados, tengo la sensación de haber borrado un par de líneas. Llegamos a casa. Preparo una crema de verdura para cenar y unas empanadillas de carne para comer mañana. Mientras ellos se duchan (¡Oh, sí! ¡Gran lujo! Desde hace unos meses, se duchan solos), pongo una lavadora y un lavaplatos (¡Viva la tecnología!). Cenamos. Luego, cuento, dientes, pipí y a la cama (un par de fichas de: "Mamá, quiero agua", "Mamá, deja encendida la luz del pasillo", "Mamá, ¿me das mi osito rojo?"). Otra línea. Cuelgo la lavadora. Recojo el lavaplatos. Relleno otro con los platos de la cena y me pongo a estudiar hasta las doce de la noche. Y tardo dos milésimas de segundo en cerrar los ojos cuando me acuesto. Y es que, cada noche, cuando mi Tetris cotidiano acaba, mi pantalla no puede decir otra cosa que GAME OVER.
