Coppola estrena la que quizás sea, a sus 70 años, la película más personal que ha logrado escribir, producir y rodar: una epopeya en blanco y negro sobre conflictos familiares ambientada en La Boca de Buenos Aires. Los conocedores del cine de Coppola reconocerán en ella algunos de los temas que ya vimos en The Rain People, La Conversación o El Padrino, aunque los asesinatos y venganzas hayan sido convenientemente sustituidos por la violencia psicológica y una mayor interiorización de los personajes. Coppola dice que no es autobiográfica, pero hay mucho terreno personal expuesto en la película, deliberadamente simbólica, no sólo por el tipo de familia que refiere (el padre de Coppola también era músico y director de orquesta), sino por la arriesgada aventura de un guión original después de muchos años de carrera adaptando textos escritos por otros. Tetro es un film enormemente teatral, del mismo modo que en el teatro fueron los comienzos del cineasta, quien nos zambulle en una extraña combinación de tragedia shakesperiana y drama freudiano: el eterno y contradictorio diálogo sobre el amor y la rivalidad entre dos hermanos subyugados a la figura de un opresivo y tiránico padre. Los vínculos que les unen son, en cambio, los del talento artístico inherente a la familia.
Vincent Gallo es Tetro, un escritor frustrado que representa los valores del artista solitario y romántico: la esencial necesidad de crear, el permanente sentimiento de exclusión de la sociedad, una personalidad caótica y desordenada o la imposibilidad de separar con claridad su vida personal de su obra artística. En cierto modo, Tetro sería algo así como un alter ego del propio autor, un autorretrato barroco al que incorpora los aspectos estéticos y temáticos que le interesan y que emergen aquí cargados de alegorías, referencias y homenajes al cine y a su propio cine, a la música y a la literatura. Y del mismo modo que en Juventud sin Juventud, film que también escribió, la película cuenta con la rendida sensibilidad e inocencia del un joven actor, Alden Ehrenreich en el papel de Bennie, al encuentro del hermano desaparecido. Y con una entregada amante, Miranda, interpretada por la soberbia y muy bien dirigida Maribel Verdú, a la que exprime y de la que obtiene una de las mejores interpretaciones que hasta la fecha he podido ver. Hasta Carmen Maura, en un papel acribillado por la crítica para mí injustamente, porque siendo cierto que el personaje de Alone no se presta a demasiados agradecimientos, la Maura y sus poderes bordan lo que no es sino un tirón de orejas a la pamplina del mundo festivalero, aunque en la película la referencia explícita sea al teatro.
Planos fijos de una plasticidad asombrosa y estudiada iluminación envuelven cada encuentro entre los tres personajes principales; teatro, música, danza, incluso ópera intercalan la acción a modo de flashbacks y sueños saturados de color (en clara contraposición al blanco y negro base del film) simbolizando los deseos, los miedos, las frustraciones, lo onírico, los viejos recuerdos no reconciliados. Trazos que mezclan géneros cinematográficos y artísticos, diálogos que nos conducen a evocar sus primeras películas, recortes que recuerdan a Fellini, Chinatown, Malle, Rosellini e incluso Almodovar magnifican los momentos más trágicos del relato, los celos, venganzas, traiciones y desengaños mil veces contados en el cine, pero que nadie se engañe: la trama tiene un interés narrativo, pero ese interés es limitado, porque lo que cuenta no agota la sustancia del film, que reside en cómo está narrado, puro cine, cuya complejidad requiere, probablemente, de más de un visionado. Por eso, ante una obra de tamaña envergadura, calificarla de manida o previsible es una solemne tontería, porque a Coppola no le importa demasiado, ya lo sabe de antemano. El cine y sus posibilidades narrativas, las imágenes que nos llevan por sí solas (a quienes se dejen llevar) al alma misma de los personajes, la música, envolvente, sincronizada, la fotografía, la iluminación y cierto esteticismo, son las armas con las que cuenta Coppola para convertir en una obra de arte lo que en manos de otros no habría pasado de un culebrón de sobremesa. Pero Coppola es Coppola, por algo le avalan 5 Premios Oscar, 4 Globos de Oro, 2 Palmas en Cannes… Mirada en perspectiva hacia los puertos a los que ha ido llegando su carrera. También se puede leer cierto juicio crítico sobre qué es y como es hoy el mundo del cine, del arte en general, de sus intereses, de hacia dónde se dirige. Quizás sea la película que siempre quiso hacer y nunca hasta ahora encontró la ocasión (o el dinero) para rodar. Lo que es seguro es que todo Coppola, creador y maestro, está aquí, haciendo lo que le da la gana, sin que nadie le haya dicho qué resultado y que números en la taquilla espera obtener. Y claro, unos lo tomamos y otros lo dejan, sin más vueltas.