... corre el año 1930 y el señor Kopfrkingl (Rudolf Hrusinsky) trabaja en un crematorio en Praga. Kopfrkingl es un empleado diligente, esposo cumplidor (que regularmente se va de putas, le gustan de pelo moreno), correcto aunque autoritario padre de un hijo y una hija, educado en sus formas pero temido por sus compañeros de trabajo, preocupado por la estética (utilizando el mismo peine para peinar su pelo y el de sus muertos), amante del arte y de la música en particular («Cuán pobre es el que muere sin conocer la belleza de la música»), místico aficionado y al mismo tiempo hombre lujurioso, aficionado del budismo tibetano, siempre que puede relee fragmentos de un libro escrito por la experta en budismo Alexandra David-Néel (primera occidental que entró en la ciudad prohibida de Lhasa en el Tíbet), creyente en la reencarnación, no duda en afirmar, por ejemplo en las recepciones que organiza, que la manera menos dolorosa para el ser humano de separar alma y cuerpo es mediante la cremación, mucho más rápida también (apenas 75 minutos) que la inhumación, y de paso aprovecha para hacer publicidad de su negociado, ese «templo de la muerte» cuya grandiosa forma recuerda a las pirámides egipcias o a los templos incas, y cuyo sótano está repleto de ataúdes esperando su turno para arder.
Son también los tiempos en que el nazismo empieza a extender sus ideas y sus tentáculos por Alemania y por Europa, Praga incluida. Kopfrkingl tiene amigos abiertamente filonazis que le hablan de las bondades de ser nazi, incluso de buscar esa sangre alemana que hay en todo checo, salvo los judíos, claro, a los que conviene eliminar, por el bien del nuevo orden que se avecina y también para no hacerles sufrir demasiado. Poco a poco, Kopfrkingl se irá dando cuenta de la conveniencia de adaptarse a los nuevos tiempos. Solo hay un problema: su mujer es judía y sus hijos también. Finalmente, acaba entrando en el partido nazi checo, seducido por la posibilidad de probar las rubias prostitutas del casino reservadas a los miembros del partido, y también por la posibilidad de un ascenso en el crematorio donde trabaja. Eso sí, se le pide que antes dé nombres de judíos, que les espíe, que sonsaque información. Gracias a sus métodos, sus compañeros de trabajo irán desapareciendo y él será ascendido a nuevo director del crematorio. Se empieza a insinuar la posibilidad de acabar con los judíos de una manera práctica y a gran escala. Por ello, los nazis checos están especialmente interesados en la figura del incinerador Kopfrkingl y en su crematorio. «Todo está mecanizado, automatizado, como tu crematorio. Nadie debe sufrir», dice uno de los personajes, un entusiasta nazi, prefigurando todo el horror que vendrá con el holocausto y la segunda guerra mundial. Herz, el director de la película, sabe de lo que habla: siendo un niño, estuvo en el campo de concentración de Ravensbrück.
La obsesión del protagonista con la cremación como vía rápida para una reencarnación, le hace ver a un lama (él propio Kopfrkingl ataviado de lama) que le comunica que el Dalai Lama ha fallecido y que Buda se ha reencarnado en él, por lo que debe trasladarse a Lhasa. Pero antes de ir al palacio del Potala, Kopfrkingl tiene una misión que cumplir: «Los salvaré a todos. Al mundo entero». Rodada en blanco y negro, «The cremator» es una auténtica joya, basada en la novela del mismo título de Ladislav Fuks, una mezcla de horror, sátira social y humor negro, con una estética expresionista que dota a menudo a lo real de una atmósfera onírica, de pesadilla, con encuadres sorprendentes, picados excesivos, ópticas deformantes (con un uso espectacular del gran angular)... La película estuvo prohibida durante la ocupación soviética, hasta 1989. Especialmente interesante es el montaje, con un procedimiento original para enlazar secuencias: un personaje, a menudo el omnipresente Kopfrkingl, inicia una frase o un diálogo que se termina en un sitio y un tiempo distinto, saltando con frecuencia de un lugar a su contrario, por ejemplo pasando de un prostíbulo a un confortable hogar familiar. Otras veces, Kopfrkingl mira a cámara, buscando nuestra participación, interpelándonos o como si esperara nuestro beneplácito.El filme está repleto de detalles de humor negro, de referencias a la muerte, como ese plano en que un Kopfrkingl de sospechoso parecido a Hitler está soltando un speech sobre las bondades de la cremación, delante de una copia de El jardín de las delicias, de El Bosco. Hay también secuencias con cierto tono surrealista, como cuando el protagonista lleva a su familia a la feria y visitan la Casa del Horror, donde unos muy realistas muñecos de cera imitan asesinatos (en realidad, se trata de personas que están ejecutando en vivo dichos crímenes), o ese patético combate de boxeo donde los contendientes se dan puñetazos de manera torpe, mientras los protagonistas hablan sobre cómo el débil acaba sucumbiendo ante el fuerte (de hecho, uno de los púgiles cae, probablemente a punto de morir). Hay constantes detalles en el filme que anticipan lo que va a ocurrir en la película pero también en el momento histórico, como esa hermosa y misteriosa dama de negro que se le aparece por todos lados al incinerador, anticipando la muerte, como si de una danza macabra se tratase.
La magnífica banda sonora es obra de Zdenek Liska, con evocaciones de mantras budistas, música de carrusel, canciones judías...