En el primer capítulo, titulado Seven Up!, emitido en 1964, asistimos a la presentación de un grupo de niños y niñas británicos de 7 años. Son críos de diferente extracción social, educados en colegios de pago o públicos, incluso en orfelinatos. Pasan juntos el día: van al zoo, hacen una fiesta, visitan un parque de diversión... Apted les pregunta por sus gustos, sus sueños... Algunos tienen padres severos que les han marcado su futuro a hierro y fuego, otros tienen padres con problemas de tipo económico, psicológico... e incluso los hay que no conocen a alguno de los padres. «Dame al niño hasta que cumpla siete años y te mostraré al hombre», la célebre sentencia de la orden jesuita, fundada por san Ignacio de Loyola, es el leitmotiv de la serie. ¿Es posible que el carácter de una persona esté perfectamente definido a una edad tan tierna y se mantenga en lo esencial durante toda su vida? ¿Pueden los avatares del destino y las imposiciones exteriores cambiar y redefinir ese carácter? Si uno ve la serie, inacabada por definición, puede hacerse una idea y sacar sus propias conclusiones.
Aunque terminó convirtiéndose en toda una serie de capítulos, Seven Up! estaba concebido como un único documental. Se trataba de mostrar hasta qué punto la extracción social y, sobre todo, la educación recibida contribuían a reforzar un sistema social clasista en la sociedad británica.
A lo largo de los diferentes capítulos, nos colamos en la vida de los protagonistas cuando tienen 7, 14, 21, 28, 35, 42, 49, 56 y 63 años (que se corresponden con los nombres de los episodios). Vemos fragmentos de su día a día; cuentan ante la cámara cómo han pasado los últimos siete años, desde la anterior visita; nos hablan de los cambios que han sucedido en sus vidas... De esta manera el espectador contempla, con una curiosidad no exenta de morbo, como lo haría un entomólogo o el propio Michael Apted, a estas 14 personas, convertidas en una suerte de conejillos de Indias. Los ve crecer, convertirse en adolescentes, luego en jóvenes y después en adultos. Vemos que sus cuerpos van cambiando de manera evidente después de cada lapso de 7 años. Van ganando kilos y perdiendo pelo, sus dentaduras se van degradando... se van haciendo mayores. Eso en cuanto al aspecto más visible, el exterior. Respecto al otro envejecimiento, el interior, se hace evidente a través de las entrevistas incisivas que les hace el director, en las que les somete a un interrogatorio que a menudo no es nada grato para los protagonistas —así lo confiesan algunos, en ocasiones incluso de manera airada—, pues les hace revivir episodios de sus vidas que creían enterrados y que a veces son muy dolorosos. De hecho, algunas de las personas que aparecen en el documental acaban desvinculándose de él por decisión propia, ya sea temporalmente o de manera definitiva.
Enfermedad, cambios de trabajo, desempleo, parejas, matrimonios, divorcios, nuevas parejas, nuevos matrimonios, familias que crecen, viajes, cambios de casa, muerte de seres queridos, llegada de nietos, vagabundeo, incertidumbre, amor (el que algunos de ellos no tuvieron en su infancia y ahora tratan de prodigar), sueños que se desvanecen, caminos inesperados que se abren... La vida modelando a su antojo, a veces zarandeando, a los protagonistas. Probablemente, para el espectador el principal atractivo de la serie es justamente ese: poder contemplar en cada capítulo que la vida de todas estas personas ha avanzado siete años y cómo el paso del tiempo les ha hecho cambiar. A lo largo de los 9 capítulos que hasta la fecha se han emitido, el espectador —no importa su nacionalidad— se da cuenta de que esas vidas que aparecen en la pantalla no son muy diferentes de la suya, de que la vida es justamente eso que vemos en la serie, que no es ninguna ficción sino una verdad universal. Quizás por ello, uno no puede evitar encariñarse con los protagonistas, pues los conoce desde que apenas tenían 7 años, los siente como algo suyo, como si fueran alguien de nuestro barrio o como si se tratase de esos familiares a los que se ve de pascuas a ramos y por los que se sigue sintiendo afecto, a pesar del tiempo transcurrido o de la distancia física.
En los episodios finales (incluido ese 63 emitido en 2019 en el que se hacen referencias a Donald Trump o al Brexit), franqueada la barrera de los 50 y con una perspectiva más consolidada, los protagonistas comienzan a hacer balance de sus vidas, y es ahí cuando emerge una verdad no siempre evidente: lo que sustenta sus vidas no es tanto lo que han conseguido, sus logros, sino las personas a las que aman, sus parejas, sus hijos, sus nietos, sus amigos... Es justamente ese amor lo que da sentido a su existencia y lo que les hace seguir adelante. Esperemos que haya un episodio titulado 70 y muchos más.