-Tienes que beber más agua.-Vale doctor.
Pero una cosa es hidratarse y otra lo que está pasando. Y la verdad es que ya me estaba comenzando a acomplejar: ¿por qué no llevaré una botella de agua mineral de dos litros conmigo, como hace "todo el mundo"? Hay un rito de canonización mediática y social de objetos, oficiado por futbolistas. Consiste en poner el objeto sobre la mesa mientras se habla ante las cámaras. Habitualmente es una botella de agua mineral. Por este rito, la botella de agua gana una nueva naturaleza, pasa a ser símbolo, magia, talismán. Y ya es difícil no escuchar el glup, glup en cualquier lugar público. Temo que pronto alguien se dirigirá a mí así: "Eh, usted, el que no lleva botella". O peor: "Buenas tardes, ¿me deja ver su DNI, por favor? Gracias y... ¿no lleva botella? ¿no sabe que no se puede circular por la acera así, por peligro de deshidratación? 200 euros".
El otro día, en el fragor de un coloquio sobre arte contemporáneo, una asistente entre el público recurría sin pudor a su práctica hidratante echando mano de este agua milagrosa secularizada -porque el milagro que se busca es el de la eterna juventud, aunque no se sea muy consciente de ello-. Luego, al contárselo a un amigo, me entero de que hay ingresos en hospitales por hiperhidratación, y que existe la potomanía: manía de beber demasiada agua para saciar el hambre y no engordar.
Bueno, lo que apartó finalmente mi mano del objeto mágico no fue el inevitable fastidio de cargar con unos quilos de más, ni el dispendio económico de comprar una mochila en la que introducirla -convirtiéndome en un literal acueducto-, ni los casos clínicos por hiperhidratación. No, no fueron condicionantes físico-económico-hospitalarios; fueron, simplemente, estéticos. No acabo de ver claro tanto plástico conmigo. Si me imagino empinando el codo con una botella de agua mineral de dos litros en medio de un coloquio sobre arte contemporáneo, me da un ataque de vergüenza anticipado. Bueno, quizás alguien pensaría que estoy realizando una performance, o remedando la postura del Laocoonte desde un irónico guiño postmoderno.
Una cosa no quita la otra. Hay que hacer caso al médico. El problema no es hidratarse, sino perder el buen sentido de lo humano al hacerlo. Además, la botella de agua mineral es sólo el principio: no veo lejos el momento en que llevemos también en la mochila un bote de ketchup, un tupper con escarola, cereales all-bran, té rojo y verde y camomila, un pack de servilletas de papel, gel, cubiertos de plástico, un mantel de hule, sandwichera... Echaré entonces en falta el manual de instrucciones del sentido común, que parece que es lo que estamos olvidando... ¿será por deshidratación?