Revista Talentos

Tin, tin, tin…

Publicado el 14 septiembre 2019 por Aidadelpozo

Recuerdo una historia que contaba mi bisabuelo sobre un vecino suyo, el Tomasón. Todo el pueblo sabía que molía a palos a su mujer y a sus hijos a correazos. Por aquel entonces se tenía por costumbre atar un hilo a una mano de los muertos y sujetarlo a una campanilla que dejaban unos metros fuera de su tumba y colgada sobre un soporte de madera. De ese modo, si se despertaban, al escuchar el sonido de la campanilla los familiares que se quedaban por la noche en el cementerio, podían desenterrarlos si habían sido tomados por muertos erróneamente. Tomasón apareció muerto una mañana de invierno y lo enterraron con ese hilito y su correspondiente campana. Y esa noche la campana sonó. María, que así se llamaba su mujer y que estaba esperando al lado de su tumba por si sucedía, siguió ahí, escuchando su tin, tin. Cada vez más rápido, cada vez más desesperado. Tin, tin, tin, tin. Hasta que llegó Marcos, el enterrador. La miró, cortó el hilo y la campanita dejó de hacer tin, tin, tin. Mi abuelo relataba que meses después se casaron, tuvieron hijos y colgaron la campana del porche de su casa. Cada vez que sonaba, María sabía que era su esposo que llegaba del cementerio y sonreía. Y allá, a unos metros de distancia, el alma negra de Tomasón tiraba y tiraba de una cuerda que ya no tenía atada campana alguna. Y así tiró sin descanso en el mismísimo infierno, mientras la campaña cantaba su tin, tin en una casa al fin feliz.

TIN, TIN, TIN…

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