Varias cosas tengo más claras que cuando escribí el artículo anterior.
Primero, la ley SOPA se atribuía demasiados poderes, los 'castigos' que proponía eran muy por encima de la pena misma. Era tan poderosa que - en potencia - podía ser utilizada con fines muy diversos. Principalmente económicos, pero también políticos.
Y eso siempre es peligroso. Leyes de tal calibre hay que pensarlas mucho.
Segundo, el asunto SOPA no tiene nada que ver con una supuesta 'lucha de clases' entre ricos y pobres, como varios han insinuado. Nada que ver. Para muchos la fórmula dialéctica de opresor-oprimido es la única manera en que entienden absolutamente todo problema.
La ley SOPA es esencialmente el intento de grandes compañías, y de otras no tan grandes, de defenderse del robo constante y masivo que sus productos sufren a nivel mundial. Nadie puede negar que películas, álbumes de música, libros... son copiados sin permisos y sin derecho, repartidos en la red, bajados, vistos, escuchados y leídos 'a la mala'. Y para una compañía que ha gastado 500 millones de dólares en una película o una que ha gastado 100 millones de dólares en desarrollar un programa, ese proceso de robo mundial es desastrozo, económicamente.
Hay países centro y sudamericanos - lo he visto con mis ojos - cuya economía completa se mueve en base a la piratería. Todo es pirata. Todo. Desde un simple libro de texto hasta cualquier programa de computación. Es un desangre imposible para empresas que crean, realizan desarrollos que cuestan millones, cumplen la ley y pagan impuestos.
Bueno, la ley SOPA-PIPA ya murió. Era demasiado poderosa, al parecer. Daba miedo.
Eso no quita que de alguna manera haya que defender a los que trabajan duro creando un producto y que esperan venderlo en lo que vale. Es la manera en que una sociedad prospera.
El robo indiscriminado que actualmente ocurre en internet - ¿alguien puede negarlo? - deber ser detenido de alguna manera. Es injusto y destructivo.
Vendrá, quizás, una tercera opinión al respeto.